martes, 7 de julio de 2015

Los demonios asaltan el monte Olimpo



Hoy toca hablar de un país hermano que anda enfrascado en un épico combate contra uno de sus más notables demonios, esta vez en forma de una deuda exterior que lastra sus finanzas y compromete seriamente la calidad de vida de sus ciudadanos. Se trata, como no, de Grecia, ese rincón mediterráneo que asociamos a templos en ruinas, islas paradisíacas y tradiciones milenarias entre el mito y la cultura.

Nosotros, los que vivimos en países que compartimos ciertas prácticas de gobierno y una cultura y formas de vida cada vez más comunes, nos solemos referir a nosotros mismos como “democracias occidentales”. Esas que, bajo el paraguas de la Unión Europea y sus instrumentos financieros, acosan hoy a la venerable Grecia, cuna de la civilización europea e inventora de la democracia – y no sólo del término, sino del propio sistema- para exigirle que sus ciudadanos paguen con su miseria  un endeudamiento que es fruto de la connivencia entre sus propias élites políticas, que han mentido sistemáticamente respecto a su nefasta gestión económica, y las grandes potencias financieras centroeuropeas (léase la banca alemana), que bajo la excusa de la ortodoxia económica pretenden constituir una Europa dual en la que la periferia mediterránea ocupe un papel subsidiario respecto al núcleo duro franco-alemán.

Y hete aquí que los griegos, dos mil quinientos años después, nos siguen dando lecciones de democracia. Porque, en contra de lo acostumbrado por estos lares en que los gobiernos actúan sin preguntar, el gobierno de Syriza ha utilizado el mecanismo más democrático posible para legitimar su oposición a la hoja de ruta marcada por la troika. Un referéndum que ha contestado abrumadoramente a los agoreros que amenazaban con la exclusión de Grecia del selecto club del euro, dando la medida de un pueblo sabio y antiguo que ha perdido muchas cosas, pero que no está dispuesto a renunciar a la más importante, su dignidad.

Porque de este episodio hemos aprendido varias cosas. La primera, que en griego NO se dice OXI. La segunda, y más importante, que se puede decir NO, u OXI,  sin que el mundo se hunda bajo nuestros pies. Y, la definitiva, que no todos los gobernantes son iguales, que se puede y se debe nadar contra corriente cuando la corriente nos quiere arrastrar a un futuro sin esperanza y con una creciente desigualdad. Que hay que saludar y apoyar gobiernos que tengan en cuenta a sus ciudadanos, que les pregunten y les escuchen, que representen realmente sus intereses, y no solo de una manera nominal y difusa ocultando sus verdaderas servidumbres.

La lección de los griegos nos remite a la radicalidad, a volver a las raíces, a la asamblea en el Ágora, al protagonismo de la ciudadanía. A la libertad de elegir y a los derechos de las personas tan duramente conquistados en el proceso civilizatorio que nos ha traído hasta el presente. Porque este invento antiguo, la democracia, o se construye cada día con la práctica democrática o termina siendo un gran fraude para vestir de lo que no es a la tiranía de los mercados.

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