Las elecciones
europeas de 2014 han sido consideradas no sin razón como la mejor de las encuestas
posibles sobre la situación política actual. Sus resultados son inapelables, no
parten de una muestra - abarcan el universo completo- y no
caben sesgos ni cocinas siempre a favor de las interpretaciones e intereses de quienes financian el
estudio. Pero con todo, hay que tomarlas
apenas como una foto fija de algo tan inestable y difuso como es la opinión
pública en estos momentos, aunque nos muestren efectos que hay que evaluar
más allá de lo coyuntural al haber
evidenciado una ruptura del consenso bipartidista en la que los dos grandes
partidos de gobierno han sufrido una importante sangría de votos.
A su vez
la novedad estriba en el incremento del voto a las opciones hasta ahora
minoritarias y en el surgimiento de nuevos actores políticos que, en ambos
casos, canalizan el hartazgo de la ciudadanía frente a una acción de gobierno
rendida desde hace décadas a los intereses de la oligarquía económica , que ha
permanecido ausente, cuando no
abiertamente hostil, frente a las demandas populares y que ha sometido a la mayoría de la población
a un empeoramiento de sus condiciones de vida bajo la excusa de la austeridad
necesaria para superar la ”crisis
económica” (que no es sino la derivada necesaria de una lógica de acumulación
sin precedentes que caracteriza al capitalismo financiero que ha venido a
sustituir desde finales del pasado siglo al capitalismo industrial) .
Vaya por
delante agradecer que en nuestra España, este país de todos los demonios, la reacción frente a las políticas del “austericidio”
no se haya traducido, como en muchas otras naciones europeas, en un repunte de
las opciones populistas de extrema derecha con un discurso xenófobo y excluyente, quizá
por la singularidad de que la mayoría del segmento de población susceptible de atender
a tales proclamas lleve ya tiempo cómodamente instalado en ese contenedor de la muy particular y racial derecha hispana que es el PP.
De cualquier
modo cabe pensar que se abre un marco inédito de posibilidades para que, más
allá del ovbio varapalo infligido a los grandes partidos institucionales como
hecho puntual, podamos afirmar que se abre una ventana de oportunidad para la
consolidación de un proyecto alternativo al del poder sumiso a la lógica
económica, con auténtica vocación, pero sobre todo con una posibilidad real, de
ofrecer un contrapoder desde la exigencia ética y la ciudadanía. Posibilidad
esta que no está exenta de dificultades y que sin duda encontrará escollos
monumentales para su materialización, como evidencian tanto la andanada de descalificaciones vertidas
desde los ámbitos del poder como las
reticencias de tantos que quieren el cambio pero siguen anclados en
particularismos y hechos diferenciales (por no hablar de la gestión de las
cuotas de poder). Organizar algo tan diverso y multiforme no deja de ser una
tarea titánica y aparte de la voluntad y el esfuerzo será necesario luchar
contra mitos, intrahistorias, banderías, narcisismos y otras tantas debilidades
de la condición humana que siempre estarán allí para comprometer los
resultados.
Por el momento
lo dejo ahí, sin entrar más a fondo en casos ni causas. Tampoco en insistir en
la necesidad de aprovechar esta ventana de oportunidad por parte de las fuerzas
de la izquierda transformadora, porque todos los implicados, al menos
nominalmente, coinciden en la misma. Yo
sigo pidiendo lo de siempre: generosidad y altura de miras. Porque nos jugamos
mucho, ni más ni menos que seguir sufriendo la historia o pasar a
protagonizarla. Y porque por primera vez en mucho tiempo, al ver los rostros de
nuestros pésimos gobernantes, uno
advierte que el miedo está empezando a cambiar de bando. Les preocupa perder sus privilegios
construidos con lo que nos niegan a la
mayoría, y ya va siendo hora de reivindicarnos no como siervos, sino como
ciudadanos conscientes y responsables de
construir nuestro presente y nuestro futuro.