miércoles, 28 de noviembre de 2012

Del pasado efímero


       Ayer, una llamada inesperada terminó desencadenando un ejercicio de nostalgia del que, casi veinticuatro horas más tarde, todavía no he podido recuperarme. Venciendo una correosa negativa a abrirme cuenta en Facebook, que venía arrastrando hace años por considerarlo un innecesario –e incluso peligroso- expositor  de las propias vergüenzas ante el mundo, la red social me ofrecía de repente la posibilidad de recuperar el contacto con los amigos/as del colegio. Gente que de la que, en algunos casos,  hace más de treinta años que no sabía nada.

            Con medio siglo ya sobre nuestras espaldas, mis compañeros y yo mismo somos en cierto modo, lo sepamos o no, huérfanos de una memoria que nos ha arrebatado los espacios físicos de nuestra infancia. Un barrio de ladrillos rojos que nació con nosotros en el albur de los 60 y que sucumbió a la piqueta cuando empezábamos a volar fuera de él hacia nuestro destino como adultos, y un colegio blanco y chato con oscuras galerías y patios segregados para niños y niñas que desapareció incluso antes. Apenas quedan algunos poquísimos bloques de granito de aquellos muros que de muy chicos se nos antojaban enormes e infranqueables, y que aprendimos a ocupar durante largas horas entre risas y canciones cuando dimos el último estirón.

            Somos huérfanos, también, porque nos tocó vivir unos años atropellados en los que cambiaron muchas cosas, como cambiamos nosotros mismos. Debimos ser los últimos niños de postguerra en una escuela en la que se formaba marcialmente en los patios al son del “prietas las filas”, se aprendía a base de capones y palmetazos y en mayo se traían flores a María, que madre nuestra es. Una escuela con una directora, Doña Manolita, que nos ponía cada mañana una “máxima” que teníamos que recoger para copiar en la pizarra de cada clase, y de la que nos enteramos después que inventó el “día del padre” coincidiendo con San José Obrero, para mayor gloria del Corte Inglés.

            Éramos niñas y niños de unas calles en las que se podía transitar y que eran nuestro territorio hasta que nos llamaban nuestras madres a gritos para subir a merendar pan con chocolate, o con mantequilla y azúcar, lo que tocara. Unas calles en las que aprendimos a vivir con las rodillas desolladas haciendo guás para las canicas, o fogatas que nos costaban un tirón de orejas cuando volvíamos oliendo a humo. En las que la calzada podía ser la frontera de una batalla a pedradas que invariablemente acababa al primer escalabrado y en la que cada plaza era un fortín a conquistar. En las que, a falta de tecnologías, jugábamos al escondite y a las cuatro esquinas, o a la taba, o al gol regañao, caótico partido de un fútbol sin reglas ni límites, como nuestra ingenuidad.

            Éramos niños y niñas alegres en un país triste, en blanco y negro, en el que intuíamos que pasaban cosas que no se decían en alto. Donde aparecían pintadas que nadie sabía quien hizo jugándose la cárcel. Y todo, sin darnos cuenta, y como nosotros, iba cambiando. Aprendimos a juntarnos y a conocernos, niños y niñas a quienes nos habían segregado  por un mojigato concepto del pecado, según íbamos creciendo y las calles y los televisores se iban llenado de colores, los profes y las profas iban siendo menos huesos (aunque ojo con Don Ramón, el malo de los hermanos Polvorinos), y nosotros nos preparábamos para comernos el mundo.

            Cuando empezábamos a conocernos y a despertar a la vida se nos acabó el cole y empezamos cada uno a buscar nuestro camino. Algunos seguimos viéndonos mientras el tiempo iba haciendo su trabajo depositando un fino velo de polvo sobre nuestros recuerdos, y nuestra pequeña patria de la infancia desaparecía para renacer en grises y fríos bloques de hormigón mientras nosotros –la mayoría- nos alejábamos. Pero eso forma ya parte de otra historia.

martes, 20 de noviembre de 2012

Que no es una crisis, que es una estafa


   La crisis, así, con su artículo determinado, es la palabra clave que define el contexto de cualquier cosa ahora mismo. Se ha convertido en el marco de todas las fotos, en la pantalla que nos sirve las imágenes confusas de un mundo incierto y amenazante, o en el papel en que se escriben las noticias de los daños, colaterales o no, que provocan en el pueblo llano políticos y banqueros al alimón y también los sesudos estudios que nos auguran negros presagios para el futuro próximo.

   Es palabra tramposa, que vale para explicar y justificar hasta lo injustificable. Que lo mismo sirve para excusarse por haberte dejado sin empleo que para cargarse el sistema sanitario o educativo. Que sirve, sobre todo, para confundirnos sobre el origen y el alcance del verdadero problema: que hay unos cuantos que han decidido ser cada vez más ricos a costa de que todos los demás seamos cada vez más pobres.

   Nos enteramos a través de la Contabilidad Nacional de que por primera vez los beneficios del capital, que aumentarán este año en más de 12.000 millones de euros, superarán a las rentas del trabajo, que caen globalmente casi 26.000 millones, en una tendencia imparable de transferencia de rentas del trabajo hacia las rentas del capital que aumentará durante el año 2013. Ya vemos para quién es la crisis y que hombros deben soportarla.
   Fuente: http://www.cincodias.com/articulo/economia/crisis-da-vuelta-tarta-renta-beneficios-superan-salarios/20121116cdscdseco_9/

   Acaba de publicar el Sindicato de técnicos del ministerio de Hacienda (GESHTA) un informe en el que alude a las “clases medias” como las más castigadas por la omnipresente crisis. Concepto curioso, el de clase media, que tanto ha servido para permitir sacar pecho a la parte más acomodada de la clase trabajadora, que creyó ser lo que no era en un sueño que para algunos terminó abruptamente cuando de repente se quedaron en la calle con una mano delante y otra detrás y que sus aspiraciones, dependientes de un salario, se trocaban en exclusión por la vía del despido. Va a ser que esto de la clase media, en el fondo, no es más que un espejismo para embarullar y ocultar la vieja lucha de clases, que es concepto antiguo, pero que aflora a la superficie cuando los vientos de la crisis se llevan por los aires los ropajes postmodernos con los que se pretende taparla.

   Llámense como se llamen, clase media o trabajadora, son los de siempre, los de abajo, los asalariados, los que a falta de otra cosa venden en el mercado su fuerza de trabajo, manual o intelectual, los que financian a la postre el delirio acumulativo de los tramposos que en esta partida de Monopoly tienen el cajón de los billetes, que al final son los que se quedan con las casas y las calles y, mira tu por dónde, con sus dados marcados nunca terminan, como deberían, en la cárcel.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Sobre izquierdas y movimientos emergentes


Que esta crisis que nos atenaza no es casual, ya pocos lo dudan. Que es consecuencia de un proyecto ideológico de inspiración neoliberal al servicio de unas élites financieras cuya voracidad insaciable alienta la acumulación de la riqueza en unas pocas manos y, por tanto, aumenta la desigualdad en perjuicio de las clases más humildes, es público y notorio. Que los gestores del poder político han sacrificado el interés público (y lo siguen haciendo) para beneficio de los privadísimos intereses de esas oligarquías de las finanzas, resulta evidente cada día para más gente.

            A grandes brochazos, éste es el escenario que nos prepara una cierta clase de políticos que entregados en cuerpo y espíritu al credo neoliberal, ofician sus ritos de alabanza a la ortodoxia presuspuestaria y nos recetan y recitan sus mantras plagados de eufemismos para intentar convencernos de que no hay otro camino a la salvación que el que pasa por despojarnos de haciendas y derechos, sacrificados a mayor gloria del Dios mercado, que en un arrebato de ira es capaz de mandarnos una troika de ángeles blandiendo informes flamígeros para expulsarnos del Edén crediticio europeo.

            Como quiera que la resultante es un panorama desolador de desempleo, de pérdida y deterioro de los derechos sociales y los servicios públicos, de pobreza creciente y preocupantes expectativas de futuro, la ciudadanía se indigna en proporciones crecientes y, pese a los llamamientos de Rajoy a la indolencia, sale a las calles a manifestar su indignación y a exigir cambios radicales. Así, en la calle se encuentran tanto los que, desde hace tiempo, venían luchando desde las organizaciones clásicas de la izquierda social (partidos y sindicatos, fundamentalmente), como nuevas cohortes, sobre todo de jóvenes, que no se sienten representados en sus intereses por las instituciones y manifiestan un discurso con un notable tinte antipolítico.

            Realmente, las coincidencias de fondo entre las críticas y las demandas expresadas por los nuevos movimientos sociales al calor del 15M y sus epígonos y las críticas y reivindicaciones de la izquierda transformadora son más que notables. Sin embargo hay una mutua desconfianza que impide, o al menos dificulta, una acción conjunta que multiplicaría la eficacia de la movilización popular. De un lado, el trasfondo antipolítico de al menos una parte de los integrantes de los nuevos movimientos, tiende simplificar las condiciones del enfrentamiento dialéctico entre poder y ciudadanía manejando el concepto genérico de “clase política” como un entorno de privilegios, con sus propios intereses ajenos a los ciudadanos, en el que incluyen genéricamente a todos los partidos, metiendo en el mismo saco a la derecha neocon y a la izquierda revolucionaria que, evidentemente, no tienen mucho en común. No tienen en cuenta, además, que el problema no es tanto la “política”, cuanto la orientación de esta. Reivindicar una democracia real en las calles es un acto profundamente político, porque implica reivindicar la política como dinamizador social, como elemento vertebrador y de servicio a los ciudadanos frente a los que la han devaluado sometiéndola al dictado de la economía de mercado.

            Desde los ámbitos tradicionales de la izquierda se observa con cierto recelo la emergencia de los nuevos movimientos, a los que se lanza una velada acusación de haber descubierto de repente la receta de las sopas de ajo, viniendo ahora a incorporarse con pretensiones de vanguardia a una lucha que viene de lejos y que ha ido cristalizando las historias, banderas y tradiciones que forman un sustrato emocional y un imaginario común que conforma las señas de identidad de quienes se sienten la avanzadilla simpre incomprendida del movimiento obrero,  a la espera de las “condiciones objetivas” que permitan desencadenar la ansiada revolución social.

            Las distintas trayectorias generan asimismo distintos marcos semánticos y de comportamiento que agrandan la brecha, más a nivel emocional que de contenidos,  entre ambas realidades. Los liderazgos y los esquemas organizativos aceptados en la cultura de la izquierda tradicional como elementos de cohesión y refuerzo se perciben como constreñimientos y resabios de autoritarismo desde unos movimientos sociales que van construyendo su identidad desde la horizontalidad y la inclusividad. La izquierda clásica lanza a los nuevos actores la acusación de ser un conglomerado difuso y meramente reactivo,  ensimismado en una asamblea permanente que produce un discurso atractivo pero estéril, sin posibilidad ni capacidad de articular una alternativa al poder opresor; desde el otro lado se contesta con la crítica a unos partidos fosilizados y autocomplacientes, autorreferenciales con sus esencias e intolerantes frente a la heterodoxia, de un discurso áspero y excluyente e  impermeables a lo que piensa la calle.

            El corolario de todo lo anterior es la convivencia en la misma trinchera y frente al mismo enemigo, de un frente popular creciente, pero fragmentado y segmentado, cuyas fuerzas se escapan a veces en la crítica a quienes son sus naturales aliados de clase, haciendo el juego a una derecha económica cuyo salvavidas es, precisamente, la atomización y la dispersión de los esfuerzos de la contestación que les viene desde abajo. Es preciso, y no me cansaré de repetirlo en cuantos foros sea necesario, que todos apliquemos  notables dosis de generosidad y de amplitud de miras para, desde el respeto a las particularidades de cada uno,  lograr la confluencia necesaria entre  los que estamos, cómodos o no con nuestros compañeros de lucha, contra los que han decidido que unos pocos tienen que tener más, derechos incluidos, que la inmensa mayoría. Lo que nos estamos jugando es nada más y nada menos que el futuro, por lo que conviene pensar en construir otro escenario en el que todos quepamos, en vez de andar dando tumbos mientras admiramos la perfecta redondez de nuestros ombligos.

viernes, 28 de septiembre de 2012

La mayoría ciega, sorda y muda de Rajoy


           Ya nos ha desvelado el presidente del gobierno cómo debe ser el habitante ejemplar de la España “como dios manda”. Ha elogiado a esa “mayoría silenciosa” que se queda en casa, o en el trabajo, el que lo tiene, en vez de reclamar sus derechos en la calle. Nos ha dado la medida del pueblo que quiere, o más bien, del que necesitaría para cumplir fielmente y sin sobresaltos los encargos de sus jefes, desde la Merkel, sargento chusquero, hasta los generales de nombre desconocido que conforman el estado mayor de los mercados financieros.

            Por lo que vemos, quiere, o necesita, súbditos en vez de ciudadanos. Gente que, como recomendaba Franco, no se meta en política, que vaya a lo suyo y no piense más allá del consumo del poco pan y del pésimo circo con que la patria nutrirá su cuerpo y su espíritu. Gente lanar y acomodaticia, dócil rebaño al que se conduce a golpe de silbido, donde el despistado que se desvía de la majada es retornado diligentemente por los perros a base de mordiscos en las canillas sin apenas un balido.

            La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María (hoy, posiblemente de José Tomás o Cristiano Ronaldo y de Belén Esteban), esa España inferior que ora y embiste cuando se digna usar la cabeza que magistralmente retrataba Machado en  “El mañana efímero” es la referencia del decimonónico Rajoy y de su proyecto involucionista. Parece retratárnoslo el propio Machado cuando, sin salirnos del mismo poema, nos pronostica clarividente que aún tendrá luengo parto de varones amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras.



            Esa España necesita de ciudadanos que no lo sean, de ciudadanos ciegos, sordos y mudos. De ciudadanos modélicos producto de una educación que sea adoctrinamiento para la servidumbre, donde pensar no solo sea delito, sino pecado con pena de eterna condenación. Esa España, que como decía Manuel Fraga, es diferente,  pretende bajo este modelo ser el único lugar del mundo donde sobran maestros, médicos o investigadores y en cambio hacen falta policías, camareros y prostitutas.

            Desalojar del poder a este indolente disfrazado de solemne, que pretende conformar un país y unas gentes a la medida de su indolencia, es, más que una proclama, una necesidad higiénico-sanitaria. Porque lo que propone es lo que habita en su cabeza: la nada, las palabras huecas e imprecisas, un clasismo brutal y despreciativo y unos pocos tópicos para cantar  las verdades de Perogrullo. Eso sí, con menú de contenedor de la basura  para el pueblo y para él y sus allegados, con pata negra de a 190 € el kilo y montecristos con vitola en la sobremesa.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Otra vez sangre en Atocha. Hace ocho años, a alguien le costó un gobierno.


               En el año 2004, el final del segundo periodo de gobierno de José María Aznar se veía sorprendido por un hecho luctuoso que conmovió la conciencia de los españoles, los espantosos atentados en los trenes de cercanías del 11M. La pésima gestión de la información en los momentos posteriores a estos atentados, y las mentiras descaradas de un gobierno que intentó  justificarse con ellas hasta lo injustificable fueron el catalizador de una indignación popular que se había ido acumulando tras decisiones nefastas arropadas de una política de comunicación mentirosa, como la promoción y participación en el genocidio iraquí, las mentiras en la información sobre la huelga general por la reforma laboral, los accidentes del Prestige y el  Yak-42, o los torpes y oscuros manejos en el intento de golpe de estado en Venezuela, que daban cuenta del autismo generalizado de un gobierno que, desde su mayoría absoluta, despreciaba cualquier reivindicación que no viniera de sus propias filas y no dudaba en acomodar la comunicación pública, que no información, a sus deseos y necesidades.. La mentira le costó al PP, contra todo pronóstico, unas elecciones que ya daba por ganadas.

                Ocho años después ha vuelto a correr la sangre por los andenes de Atocha, pero  esta vez no ha hecho falta que vinieran terroristas islámicos a derramarla. El terror lo ha provocado el propio brazo armado del estado en forma de policías de la UIP, en clara extralimitación de sus funciones, ayudados, como puede verse en algún vídeo, por algún descerebrado agente de seguridad espoleado por el subidón de adrenalina que sin duda le debió provocar la oportunidad de soltar algún guantazo. Andenes en los que terminaban refugiándose en su huida quienes momentos antes reclamaban una respuesta del gobierno a sus demandas pacíficas de más democracia, y que obtuvieron como toda respuesta la represión y la violencia.


                Pero lo grave no es la propia violencia. Es, una vez más, la mentira como arma usada desde el poder. Desde la irrisoria cifra ofrecida por la Delegada del Gobierno  de 6000 asistentes a la convocatoria del 25S, ridícula como puede comprobar cualquiera que vea las imágenes de los numerosos vídeos que circulan por la red, hasta el intento de criminalizar una protesta fundamentalmente pacífica, pero que se intenta hacer pasar como violenta mediante elementos provocadores infiltrados que, otra vez descubiertos por los vídeos, resultan ser policías de paisano que colaboran posteriormente  en las detenciones. Luego, tanto el propio gobierno como la jauría mediática de la derecha reaccionaria inundan de descalificaciones y diatribas contra los indignados las ondas y los papeles, y, en el más puro estilo orwelliano nos aclaran que la guerra es la paz, y los energúmenos de la porra y las pelotas de goma son monjitas ursulinas que nos llevan de excursión. Los malos, cómo no, son quienes no se resignan a ser mercancía en manos de políticos sin escrúpulos y de banqueros que han decidido  extraerles hasta el último de sus euros; malos y peligrosos por poner en solfa el sacrosanto estado llamado de derecho, lo  que hoy no deja de ser una metáfora oxidada y prostituida por gobernantes que lo utilizan como marco y coartada de sus propios intereses.

                El día después, aprendida la lección, volvieron las protestas. A cara descubierta y poniendo en evidencia  a  los provocadores encapuchados,  sin violencia como resultado hasta el final, cuando los pequeños grupos son pasto fácil de los antidisturbios de porra ligera. Primera coartada que se desmonta, como lo irán haciendo otras. Porque, señores del gobierno, aunque ustedes no quieran darse cuenta ni aprendan de sus propios errores en el pasado, la verdad siempre termina abriéndose paso, y ustedes están ya presos, aunque todavía no lo sepan, de sus propias mentiras. Y si esperamos lo suficiente, quizá terminen como merecen, juzgados y condenados por los sufrimientos que causan a un país cada vez más harto de ustedes, y cuya paciencia, recuerden, no es infinita.

Las respuestas del PP pueden dejarte parapléjico


    Ayer fui, como tantos miles de conciudadanos, testigo directo de la respuesta del PP a las demandas de otra manera de actuar por parte de este gobierno indigno. Puedo asegurar, para quien allí no estuviera, que la cifra de 6000 personas ofrecida por la Delegación del Gobierno es tan ridícula como su titular (cuyo marido se halla en deconocido paradero, a lo mejor también estaba en la calle), siendo incesante el flujo de personas que, desde las seis de la tarde, abarrotaban la Plaza de Neptuno y alrededores.

    Una multitud pacífica que solo esperaba una respuesta de quienes teóricamente les representan y que están condenando al pueblo a unas condiciones de vida cada vez más duras, rayando en ciertos casos los límites de la supervivencia, y que están acabando con los derechos sociales y los servicios públicos tan trabajosamente conquistados con el exclusivo fin de seguir alimentando la voracidad insaciable de los poderes económicos y financieros. Multitud que sólo exige una respuesta que tenga en cuenta a las personas, que se niega a ser marioneta de un poder que solo le tiene en cuenta para exprimirle hasta lo insoportable para dejarle después tirado a su suerte.

    No hablan claro. No explican –porque no pueden- por qué es más importante pagar religiosamente los intereses de una deuda odiosa e indigna que invertir en servicios a las personas, o en economía verdaderamente productiva y generadora de empleo. Se empecinan en contarnos que lo que hacen es lo mejor que pueden hacer ¿para quién?. No desde luego para quien pierde su vivienda, o su empleo, o las magras prestaciones por dependencia. Para quien tiene que dejar de estudiar porque no puede pagar unas tasas abusivas o para la familia que tiene que hacer la comida a su hijo y pagar encima por llevarla a la escuela. Para quien pierde el derecho a ser atendido por su médico o para el que ve congelado y recortado por enésima vez su magro salario. Para los de siempre. Para los de abajo.

    Lo de ayer, 25 de septiembre, fue una profecía autocumplida de la impresentable delegada del gobierno: criminalización previa de la convocatoria para desanimar la participación. Como esto no se consigue, y como todo discurre en términos pacíficos, se infiltran provocadores de la policía entre los manifestantes para justificar las cargas. Y a partir de aquí se desencadena una violencia inusitada, con ensañamiento hasta en la huída de la gente por los andenes de la estación de Atocha. La violencia de ayer tuvo un color, el azul oscuro de unas fuerzas que no lo fueron del orden sino de la sinrazón. Y ante  la protesta la respuesta del gobierno y de sus palmeros y corifeos es el silencio mediatico, o directamente la mentira.

    Pero hoy en día hay cauces por donde la verdad asoma, y tanto los medios internacionales como las redes sociales son testigos incómodos de la realidad que nuestro gobierno oculta y deforma. Aclaran quiénes son los violentos, quiénes han decidido responder a las demandas con la represión pura y dura, como en los tiempos en que la democracia en este país era solo una aspiración. Ayer nuestra devaluada democracia se dejó en las calles madrileñas unos cuantos jirones.

    Ya empieza el miedo a cambiar de bando. Han pasado del desprecio al ataque porque se saben debilitados por unos ciudadanos cada vez más desafectos que solo han repondido, de momento, con su palabra y con su presencia. Pero el mensaje está ahí, y esos ciudadanos han dicho claramente que no están dispuestos a aguantar con todo lo que les echen, incluso si lo que les echan son sus perros de presa. Cada golpe, cada herida solo alimenta más la indignación y la rabia contra un gobierno indigno.

    Pero antes de hacer una descalificación global de la clase política, hay que puntualizar varias cosas, para poner a cada cual en su sitio una vez que hemos hablado de bandos. Están claramente en uno, y frente al pueblo los sicarios que no dudan en apalizar con saña a su convecinos, los que les mandan creyéndose en el poder cundo no son a su vez más que lacayos bien remunerados del poder económico, el más antidemocrático que existe. Están también los dubitativos, que andan pensando todavía por qué perdieron el poder cuando dejaron de ser lo que nos decían que eran y se plegaron a defender los mismos intereses de las oligarquías. Y también hay algunos, pocos,  que ayer no dudaron en identificar en que bando están cuando salieron de sus escaños para mezclarse con la gente y aguantar la violencia institucional. Porque hay políticos de una y otra clase, más que una clase política, y ayer con sus actos y todos los días con sus declaraciones se retratan para que veamos de qué clase son.

    Es hora de decir basta. De aparcar diferencias, matices o elementos de discrepancia. De dejar para otro momento las banderas, las historias gloriosas y las señas de identidad, por muy queridas que sean. Hay que llenar las calles de indignación y de lucha. Hay que callarles para siempre, con la fuerza de miles de voces y hay que destruir este sistema perverso que explota a la mayoría para cimentar la riqueza de unos pocos para construir una verdadera democracia al servicio de los ciudadanos.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Al ciudadano Borbón, con motivo de su carta


Ciudadano Borbón, de una majestad investido
que no te reconozco. Grandeza otorgada
- que no ganada por tus logros -
por un siniestro personaje que desangró España
enfrentando a hermanos contra hermanos
en una guerra atroz que, aunque quieran, no olvidamos.

Majestad que se le impuso a un pueblo
temeroso y claudicante ante el ruido de los sables,
que te vio y te recibió como el menor de sus males.
Que te mantuvo fuera de sus usos y sus leyes
a salvo de ganar tu sustento con esfuerzo
en la torre de marfil de tus fueros inviolables.

No me pidas hoy, Borbón, que no persiga una quimera
cuando esta España naufraga por su torpe gobierno
que ha vendido la dignidad de sus gentes
y su vida, y su hambre, a oscuros mercaderes
que han dejado sin pan, sin hogar y sin futuro
a los padres y a sus hijos, con la nada por presente.

No me pidas que no luche, ni que olvide, ni que reme
para un barco de piratas que rapiñan nuestros bienes.
No me hables de valores que ni practicas, ni sientes
que nuestro es el sacrificio y tuyos, los intereses.
No me creas tu vasallo: mi respeto no lo tienes
ni mi admiración, que queda para aquel que la merece.

Háznos un favor a todos. Haz las maletas y vete.
Ya secaste en demasía las ubres de esta tu patria
y diste bien la medida de tus reales intereses.
Guárdate de tener que pedir nuevas disculpas
por tu torpeza: la edad no perdona ni al pudiente
y procura envejecer en paz, en vez de como un pelele.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Algo se muere en el alma cuando se va la Esperanza


    Hace pocos días inauguraba este blog indignado, con el mareo de ver mi país, este país de todos los demonios,  sumido en la crisis y en el marasmo de estar capitaneado por una panda de bucaneros que, lejos de salvarle, parecen querer conducirlo hacia un naufragio inexorable.  Y entre la tripulación con mando emergía con luz y méritos propios la insigne Condesa de Murillo, grande de España, que recurrentemente se me coló en las tres primeras entradas por méritos propios, que tal era su destreza para no dejar indiferente a nadie allá donde decidiera posar sus sandalias con calcetines.

    Juro que hice el propósito solemne de desengancharme de su recurrente presencia, que atribuí a una enfermiza fijación con su persona, a la que quizá nunca comprendí en sus justos términos. Pero hoy se nos va, dejando una furtiva lágrima en sus ojos cuando anuncia que dimite de sus cargos políticos e institucionales y que vuelve a su casi olvidada condición de funcionaria, a esa administración pública que tanto denostó en el ejercicio de sus cargos políticos y que cada vez más maltrecha por obra y gracia suya y de sus correligionarios tiene en pie de guerra a unas plantillas congeladas y devaluadas que sin duda la recibirán en su seno con entusiasmo.

    Aduce la condesa que su decisión lo es por motivos personales, familiares y de salud. Como tantos y tantas defenestrados  a  los que la salud se les tuerce en cuanto son declarados personas non gratas por sus aparatos para evitar las salpicaduras de sus desmanes. Pero no digo yo que sea este el caso, aunque su combatividad en el reciente debate del estado de la región de Madrid no hiciera presagiar este brusco desenlace apenas unos días más tarde. O cuando animadamente hacía gala de su intuición sobre la decisión del mangante (quise decir mangante) Adelson de establecerse en los madriles. O cuando soportaba impertérrita el lanzamiento de un tupper por una madre desesperada o hacía chascarrillos sobre la pena de muerte aplicada al gremio de los arquitectos. Si es cierto que se va porque está malita, la pobre,  hay que añadir a la lista de sus virtudes una capacidad de disimulo y unas dotes de actuación que para sí las hubiera querido doña María Guerrero, que en gloria esté.

    Porque esta buena mujer nunca ha dado puntada sin hilo, resulta difícil no  pensar que tras esta dimisión hay algo que no termina de cuadrar y que se nos escapa. Las redes sociales hierven de especulaciones sobre los verdaderos motivos de la espantá. Hay quien, ingenuamente, la atribuye a la presión social de la calle, sindicatos y trabajadores. Otros piensan en una retirada estratégica, antes de la debacle, para resurgir después, limpia e inmaculada cual ave fénix para encabezar una reedición  hispana del  tea party. No falta, desde luego, quien opina que escapa antes de que le estallen oscuras tropelías que conforman el candente y escondido magma que recorre las cloacas de la administración madrileña. O que Rajoy, harto de primadonnas que le cuestionen permanentemente, haya decidido poner orden y acabar con molestas disidencias en el corral de Génova, que anda cada vez más revuelto.

    En cualquier caso, solo ella sabe con certeza los motivos  aunque el futuro próximo probablemente nos aclare que hay, o que hubo, detrás de esta sorpresiva retirada. Por mi parte solo me resta decirle un adiós que espero sea definitivo, y desearle humilde y sentidamente que tanta gloria lleve como descanso deja.

martes, 11 de septiembre de 2012

En el mercado, los verdaderos calamares no están en el mostrador


          Estos días ha sido objeto de discusión y comentario en las redes sociales y en los mentideros políticos un artículo firmado por César Molinas en El País, titulado “una teoría de la clase política española”, en el que el autor parte de las tesis expuestas por los economistas Daron Acemoglu y Jim Robinson en su libro Why nations fail (Por qué fallan las naciones), para intentar establecer la tesis de que “la clase política” española se ha constituido en una “elite extractiva” que genera burbujas en los distintos ámbitos económicos para capturar las rentas de los actores de cada uno de ellos. Configurado el escenario, propone como solución el cambio del sistema electoral para pasar del sistema proporcional, con listas bloqueadas y cerradas hacia otro de tipo mayoritario (como el vigente en Gran Bretaña), de los denominados first-past-the-post (el que gana se lo lleva todo), aduciendo que así los políticos tendrían que estar más vinculados a los electores que los eligen, defendiendo sus intereses. Este artículo pueden encontrarlo en el siguiente enlace: http://politica.elpais.com/politica/2012/09/08/actualidad/1347129185_745267.html

            Una lectura apresurada del texto puede resultar sugerente y cautivadora, puesto que alude a efectos ciertamente sentidos en la economía española, como la burbuja inmobiliaria, la crisis de las cajas de ahorros, las infraestructuras innecesarias o la politización de los estamentos judiciales, y carga (matizadamente) contra las maniobras políticas que hacen recaer el esfuerzo sobre los más débiles. Pero,  a poco que se escarbe, sale a la luz un texto tramposo, desde sus premisas de partida hasta, por supuesto, el corolario de la interesada solución vía sistema electoral. Vayamos por partes.

La primera en la frente: el autor

            Curioso personaje, este César Molinas. Actualmente es socio- fundador de la consultora Multa Paucis, pero en su currículum descubrimos su vinculación con varios Hedge Funds como Providentia Capital o Merril Lynch. Efectivamente, empresas dedicadas a la especulación con activos financieros de alto riesgo, de esos que dieron origen a la crisis mundial de las hipotecas subprime. También destaca su paso por el Ministerio de Economía como Director General de Planificación y algún que otro cargo en la Comisión  Nacional del Mercado de Valores y en empresas públicas como RENFE o Correos. Tan dilatada trayectoria le debería proporcionar una visión privilegiada sobre los movimientos de capital que generan las burbujas  y sobre sus verdaderos impulsores, algunos hoy pagadores suyos.  Lo que sí conoce bien, por experiencia propia, es el proceso de pasar del sector público, en el que se toman decisiones y se crean marcos regulatorios a mayor gloria y beneficio de determinados grupos de interés económico, a los staff directivos o a los consejos de administración de esos mismos grupos, que agradecen y remuneran así los servicios prestados desde las entrañas del estado.

Construyendo ideología: la ”clase política” como sujeto

            Molinas nos señala al asesino al principio de la novela. La malvada clase política, reconocible en todos los tópicos al uso desde las charlas de bar a la discusión politológica académica. Un sujeto unívoco de perfiles claros y uniformes.  Esa “casta” de chupópteros desaprensivos que deviene aquí en cardumen de calamares vampiro, en elite extractiva ávida de captar  recursos allá donde los haya, y que no dudará para ello en generar burbujas inflacionistas o despilfarrar recursos creando problemas antes inexistentes. Recoge así, pervirtiéndola,  la idea expresada por Matt Taibbi en un artículo de  la revista Rolling Stone que utilizaba la metáfora del calamar para caracterizar la voracidad de los bancos de inversión americanos.

            Ya es difícil tragarse el cuento, más allá de clichés, de la existencia de una “clase política” como tal (hay políticos y políticos, pero no me venga a decir que Sánchez Gordillo y Francisco Camps son, por ejemplo, lo mismo). En política hay de todo, bueno y malo, competente e inepto,  honrado y falsario. Cierto es que los numerosos casos de corrupción vinculados al poder político han llevado a generalizaciones como  que “todos los políticos son iguales”, ergo, unos corruptos, y que la similitud de las medidas adoptadas por los dos grandes partidos en el poder, toda vez que se hallan constreñidos por idénticas servidumbres concedidas a los poderes económicos que los sustentan económicamente, haga parecer que en el fondo solo hay variaciones con el mismo tema de fondo.

            Pero esta uniformidad es engañosa. Hay una política diferente, aunque no sea mayoritaria, y políticos diferentes. Dentro también, pero sobre todo fuera de los partidos mayoritarios. Otra manera de ver y actuar, con otros objetivos y otros modelos de sociedad y de servicio público. Que estén ahí, clamando las más de las veces en el desierto contra  un entramado mediático hostil, y ninguneados o acallados desde el poder y pugnando por abrirse paso, solo prueba que lo que hay no es una clase política, sino distintas clases de políticos.

            El autor del artículo de marras se queja de que no ha habido nadie que haya sabido hacer un diagnóstico adecuado de la situación económica ni de establecer un plan adecuado para enderezar el rumbo del país. Quizá tenga razón en lo que concierne a los partidos mayoritarios que, como veremos, tienen que hacer verdaderas filigranas para elaborar propuestas públicas que garanticen los votos suficientes para mantener o adquirir el poder institucional, y que sean compatibles con los requerimientos de la agenda oculta que les imponen otros ámbitos extrapolíticos que les dan sustento. Por supuesto que existen otros diagnósticos mucho más certeros y realistas, y otras soluciones posibles, pero no forman parte del discurso de lo inevitable promovido desde la ortodoxia oficial y amplificado desde los grandes conglomerados mediáticos, por lo que son desconocidos como alternativa por el gran público y despreciados y arrinconados por los teóricos arribistas que mantienen y reproducen el statu quo..

            Así, matizando a Molinas, podríamos conceder que hay una clase de políticos que desde su posición privilegiada en los aparatos de los grandes partidos mayoritarios alternantes en el poder, están tomando ciertas decisiones de orden práctico que se traducen en la extracción de riqueza (general y mayoritariamente de las rentas del trabajo) que no revierten en beneficios públicos sino que van a manos privadas. Hasta ahí, de acuerdo. Pero ¿a que manos va esta riqueza?

Quién está bajo la máscara del calamar

            Acabamos de localizar la primera trampa del tramposo artículo. Resulta obvio que hay una élite extractiva, algo que nos muestran los índices de desigualdad de renta entre los más ricos y los más pobres que  aumentan cada día. Pero Molinas, que no puede aducir desconocimiento en este caso, porque trabaja para ésta élite, olvida intencionadamente mencionarla. Se trata, cómo no, del verdadero poder en la sombra, aquel que no ha sido elegido democráticamente por nadie y que raramente toma nombre concreto en los medios de comunicación de masas. Si acaso se alude a él bajo difusas denominaciones como “los mercados”, dando la impresión de ser entes difusos que operan con reglas propias y olvidando que tienen nombres y apellidos que solo se conocen y circulan en los canales restringidos de los circuitos financieros o en los medios especializados.

            Es esta elite financiera la que mayoritariamente acaba obteniendo los beneficios, asistida servilmente por unos políticos en el poder que les proporcionan los marcos regulatorios apropiados y las oportunidades de negocio mediante la intervención del sector público, actuando como lacayos de lujo desde el subsistema político, que pervierte así su teórica función de garante del interés general para servir realmente a estos intereses oligárquicos. Por supuesto que estos impagables servicios tienen un precio, que normalmente se traduce en ventajas crediticias y financiación de las estructuras de los partidos, a veces en abrir canales ocultos de financiación de tipo  personal para algunos de los menos escrupulosos o sus allegados (en complicados ejercicios para eludir las restricciones legales que dotan de una apariencia de legalidad y justicia institucional a la labor política), y, sobre todo,  en la cooptación de los miembros más destacados (como  expresidentes y ministros, pero también en los niveles inferiores) al final de sus mandatos para acabar formando parte de los consejos de administración o como consejeros destacados  –y muy bien remunerados- de sus empresas y corporaciones. Un proceso que Molinas seguro que conoce –y calla- de primerísima mano.

La evolución reciente del noviazgo entre las finanzas y la política

            Esta colusión de intereses entre las elites financieras y poder político parece haber avanzado un paso más últimamente, y el pacto secreto es cada vez más evidente: las economías en crisis son presentadas como el fracaso de la política en vez de como la resultante de un sistema económico y financiero depredatorio y obsesionado con la acumulación. De ahí que la nueva agenda impuesta a los políticos en ejercicio del poder público esté enfocada fundamentalmente al pago de una deuda que lo es frente a las grandes corporaciones financieras y que se dirija a levantar las barreras que protegían los capitales acumulados en grandes sistemas públicos de protección social de los estados del bienestar (fondos de pensiones, sistemas sanitarios y educativos,…) hasta ahora vedados a la rapiña extractiva.

            Si surgen problemas por las gravísimas consecuencias sociales que se adivinan al empobrecer a las sociedades y despojarlas de los elementos de redistribución de rentas y de bienestar social, se aduce que no hay otro camino posible, que la única alternativa es el caos. Y la exigencia de la ortodoxia presupuestaria y financiera llega hasta el increíble extremo de cuestionar la propia legitimidad del entramado democrático, proponiendo la sustitución de los políticos, ineficaces en tanto se resistan al cumplimiento de esta agenda, por técnicos a sueldo de las corporaciones, teóricamente más eficaces para meter la economía en la vereda marcada por los corrillos de los verdaderamente poderosos, que hacen y deshacen con impunidad y creciente desparpajo.

            Pero a Molinas le preocupa esa pretendida clase política extractiva que se apoya, según sus palabras  en “el sector público empresarial, esa zona gris entre la Administración y el sector privado, que, con sus muchos miles de empresas, organismos y fundaciones, constituye una de las principales fuentes de rentas capturadas por la clase política”. Propone como solución una mayor liberalización (privatización) de este sector obviando que el desmantelamiento del sector público empresarial ha sido una de las labores a las que los gobiernos recientes se han aplicado con mayor empeño, malvendiendo las empresas más rentables que en su momento fueron llamadas “joyas de la corona” y privando al estado de su capacidad de generar beneficios  aplicables a los presupuestos públicos y  para cumplir con las necesidades de financiación sin el recurso al endeudamiento gravoso frente al sistema bancario. Empresas que, otra vez de primera mano, conoce bien el señor Molinas.

Y si tramposo es el argumento, no lo es menos el desenlace

            Eludiré un análisis exhaustivo de las medias verdades y apreciaciones interesadas con que Molinas adoba el resto de su artículo, que harían todavía más largo y farragoso lo que no es sino una entrada más de este modesto blog, para centrarme en su propuesta final, en la que concluye que la solución para acabar con esta casta política depredadora no es ni más ni menos que modificar el sistema electoral proporcional para sustituirlo por uno de tipo mayoritario. Así, dice, un sistema tal lograría “conseguir una clase política más funcional” porque los sistemas mayoritarios “producen cargos electos que responden ante sus electores, en vez de hacerlo de manera exclusiva ante sus dirigentes partidarios” y, por tanto “las cúpulas de los partidos tienen menos poder que las que surgen de un sistema proporcional”.

            Recordemos que el sistema electoral español, elaborado en los albores de la transición, pese a ser de tipo proporcional incorpora mecanismos (regla de Hondt) para beneficiar a las opciones mayoritarias en el proceso de traducción votos-escaños. Esto es se hizo por el temor inicial a que una representación proporcional estricta generara un parlamento excesivamente fragmentado que impidiera un gobierno estable, pero pese a la consolidación del sistema de partidos en España, este sistema no ha sido siquiera corregido porque ha demostrado ser extraordinariamente beneficioso para los dos partidos mayoritarios al haber convertido la democracia española en un bipartidismo de facto con alternancia de poder entre el PSOE y el PP.

            Los sistemas mayoritarios first-past-the-post, agudizan este efecto de consolidación de las opciones mayoritarias, porque otorgan la totalidad de los votos en liza al candidato más votado, excluyendo automáticamente al resto de opciones. Para notar los efectos espurios de este sistema, baste recordar las sucias maniobras con que, en el distrito electoral de Florida le robaron la cartera a Al Gore, propiciando la victoria de George W. Bush en las presidenciales de los EE.UU. Los ejemplos en todo el globo de los sistemas mayoritarios solo recogen como efectos claros la laminación de las opciones minoritarias, porque en cuanto a las opciones del electorado, por más de que se personalice el voto, siguen siendo igual de limitadas, por cuanto los candidatos con algún tipo de opción siguen siendo los  propuestos por los partidos y llegan al electorado en función de estrategias mediáticas respaldadas y pagadas por los propios partidos (y por los lobbys a ellos asociados).

            Si el problema es, pues, la inanidad de los políticos en activo que han proporcionado los partidos mayoritarios y el sistema bipartidista alternante no parece capaz de proveer políticos de calado con nuevas ideas y proyectos de futuro, cabría pensar (como discurre la calle cuando, indignada, explicita que estos políticos no les representan), que va siendo hora de dar una oportunidad a otras opciones hoy minoritarias o incipientes, pero que cambien de una vez este estado de cosas suprimiendo inercias y rompiendo discursos ideológicos sobre la inevitabilidad de ciertos comportamientos que se han instalado como naturales en el ejercicio del poder desde las instituciones.

            Molinas lo que plantea realmente, y aunque no quiera decirlo con todas sus consecuencias, es un sistema que impida el surgimiento de alternativas al sistema desde las bases de la sociedad. Los partidos mayoritarios no pierden con el sistema mayoritario, sino que refuerzan su poder a costa de la desaparición forzada de los minoritarios. Así se mantienen y fortalecen los dos grande “partidos de estado” para perpetuar su comisión de servicios en tanto que sigan siendo útiles a la agenda de los poderes económicos. Pero hay algo todavía más inquietante: llegado el caso, y ante la posibilidad de que alguno de estos partidos mayoritarios decida dar un golpe de timón que cuestione el programa de la verdadera elite en la sombra, se corta el grifo y se pasa a la acción directa. Siempre cabe proponer candidatos “independientes”, que, fabricados con mimo y catapultados por impecables y costosas  campañas de marketing, logren hacerse un hueco para tomar las riendas de lo político y para asegurar a los auténticos calamares vampiros que todo cambia para que, en las profundidades abisales en que residen, y que nos son vedadas al resto de los mortales, todo sigua igual.

sábado, 8 de septiembre de 2012

El irresistible encanto de los trileros


A estas alturas parece ya definitivo que el magnate (¿o  mangante?) Sheldon Adelson ha decidido establecer en Madrid su “centro europeo de ocio”, curioso eufemismo para referirse a una ciudad sin ley en la que el juego, con su promesa mentirosa de dinero fácil, sea el centro de un conglomerado aderezado de mafia, prostitución, tráfico de drogas, y, como no, blanqueo de dinero.

Nuestras autoridades regionales, desde un principio, han acudido moviendo el rabo a la llamada de este mangante (era así, ¿no?), en  alocada competencia con los avispados catalanes para convencerle de que eran los más dispuestos a concederle sus exigencias, que eran básicamente dos: terrenos e impunidad para hacer lo que le pareciera oportuno, incluso si ello implicaba saltarse las leyes a la torera.  Aunque pudiera parecer un precio inasumible, el charlatán de feria ha conseguido cautivar a nuestros mandamases con la promesa de un premio gordo mucho más jugoso que la muñeca chochona. Raudales de dinero y empleo a espuertas para enderezar la economía de la región que se quede con la tómbola de las maravillas.

Las cifras multimillonarias de esta versión moderna del cuento de la lechera han nublado las entendederas  de la presidenta Aguirre (cielos, otra vez ella: he de hacérmelo mirar), que se ha entregado en cuerpo y alma al ilustre trilero para ejercer de madame en esta orgía de dinero e inversiones, embriagada ante el panorama de un edén de contratos mil para reactivar la economía y llenar los bolsillos de la cuadrilla, que ya  empezaba a estar ayuna de mamandurrias, y para tener entretenidos y esperanzados a los parados, que siempre hacen falta muchos camareros y señoras de los lavabos en un casino, y así además no tienen tiempo para venir a abuchearla.

No se han tenido en cuenta para este caso ni los antecedentes del sujeto (investigado por corrupción y soborno, entre otras cosas), ni los costes reales de la operación (que necesitaría un elevadísimo nivel de inversión pública), ni lo tramposo de los datos  en que se cifran los esperados beneficios (por ejemplo, unas previsiones de empleo que superan a las del conjunto de Las Vegas), ni tan siquiera la aberración jurídica que supondría acotar un territorio al margen de la ley. Y eso por no hablar de la irracionalidad de basar el crecimiento de la economía y el empleo regionales en un sector, que  no es ni productivo, ni tecnológico ni de futuro, y que arrastra consigo graves problemas sociales (ludopatías, explotación sexual, criminalidad, ..)

Detrás de esto hay toda una declaración de principios, y de los valores que realmente cuentan en la visión social del  PP, con las que está perpetrando el siniestro futuro del proyecto neoliberal . La democracia y las leyes, un artificio formal que disfraza la injusticia institucionalizada. El poder político convertido en lacayo de lujo del verdadero poder económico en la sombra.  La economía un zoco en el que sólo interesa el pelotazo,  la especulación,  la acumulación de beneficios. El ocio entendido como vicio y como negocio, como pura avaricia, despojado de cualquier pretensión cultural o artística.  El empleo como trabajo esclavo, mal pagado y sin derechos. Y las personas como ganado, acríticas y sumisas, asistiendo a esta ceremonia como enfervorecidos hinchas de un espectáculo financiado en último término, y aunque ellas no lo sepan, por el sudor de sus frentes.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Lamentable episodio de una persona lamentable

Según voy pensando cómo abordar el tema de esta entrada me asalta un sentimiento de desazón. Pienso si no tendré una fijación morbosa o enfermiza con la protagonista de los hechos que comento, porque solo dos entradas, y que asome su pizpireta persona en ambas da que pensar en términos psicoanalíticos. Yo creía haber superado todos los conflictos del destete y de la fase anal-sádica, pero vaya usted a saber si va a ser que no.

Se trata, como habréis adivinado, de la sin par Dª Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, que en este país de todos los demonios parece estar haciendo el meritoriaje para súcubo de primera. Cuando se las veía tan felices afilando el hacha de cortar cabezas de estudiantes por haberse atrevido estos a gritarle "Esperanza, muérete" en la apertura del curso universitario (a la que no acudió ni pudo llevarse a su aventajada discípula Lucía Fígar, presa de ataque de canguelo y temiéndose lo peor), va ella sola y se pone en evidencia sacando su natural y amacarrado casticismo -chula ella y chulo su pirulo-, lanzando una desafortunada invectiva contra los arquitectos de quienes afirma, citando textualmente, que  "habría que matarlos". Bonita manera de cargarse uno mismo su estrategia.

Pero Espe, hija, que no es la primera vez que un micrófono abierto te la juega, es que no escarmientas. O, lo mismo es que te pueden la prepotencia y la chulería que están en tu naturaleza como en el chiste de la rana y el escorpión. Y no abuses del impostado y falso esquema de "la monto y luego pido perdón", porque ya lo tienes muy gastado en las múltiples y calculadas operaciones de acoso y derribo de cualquiera persona, animal, cosa o ente que se interponga en tu camino. Ya no es que se te vea el plumero, es que parece que has heredado el guardarropa de Norma Duval de cuando era vedette en el Folies Bergère.

Así que, imbuído de tu presencia y de la poesía de tu augusto tío con la que inauguraba este blog, no he podido resistirme a ensayar un canónico soneto en loor a tu persona con el que me despido mientras se me pasa este, más que amor, frenesí.

Si existe un ser cargado de veneno
como el que tú acumulas, lideresa
matar querrá, o, al menos, hacer presa
ya sea en compañero o en ajeno. 

Tal es tu condición, y eso no es bueno
-retuerces la verdad si te interesa-
Maestra de la insidia, no te pesa
ejercerla en la calle o en el pleno.

Mas tus pifias a micrófono abierto
evidencian lo negro de tu alma.
Pide perdón: sabemos que no es cierto.

Ya puedes predicar en el desierto
que ya te conocemos. Ten más calma
porque otra vez, sola te has descubierto.

Cinturón, luces, espejos. Arrancando. Suelto el freno de mano...

    Cuando se inicia una aventura uno no sabe a dónde va a conducirle. Este es el caso. Tras una notoria resistencia a publicar mis reflexiones, contrariando a los que me animaban a ello, y luchando contra la apatía y contra  la desgana de predicar en campo yermo, al final abro la ventana y dejo al público escrutinio mis  opiniones y desvaríos.

    Prescindo de explicaciones sobre quién soy: un tipo corriente con la mala costumbre de pensar acerca de lo que me rodea, con la idea firme de que aprender es ante todo una actitud ante la vida y con la consciencia de que, cuantas más cosas conozco,  más nuevos interrogantes se me abren.

    Lo que sí desvelaré es la razón del título de este blog. Es, literalmente, el segundo verso del lúcido poema Apología y petición de Jaime Gil de Biedma, poeta maldito (malditos poetas) y, a la sazón,  tío de la ínclita lideresa madrileña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, lo que demuestra palmariamente que la inteligencia y la decencia no necesariamente se adquieren por vía genética. Un poema que, pese a que fue escrito a primeros de los sesenta del pasado siglo y es tan viejo como yo mismo, mantiene una actualidad rabiosa y una actitud rebelde que es, como hoy, tan necesaria.

  Y, en cierto modo, es esa la actitud que quiero que impregne el blog. La reflexión que lleva a la rebeldía frente a tanto discurso de lo inevitable. En términos de Cernuda, poesía-herramienta, poesía necesaria. Un arma cargada de futuro dispuesta a ser usada por cualquiera que tenga claro que hay que tomar partido hasta mancharse. La equidistancia, cuando enfrente está la injusticia, es una traición.

   Transcribo los versos de Gil de Biedma. A Cernuda, y su sobradamente conocido La poesía es un arma cargada de futuro, buscadlo en la red para volver a disfrutarlo. Ambos poemas me acompañan diariamente, grapados en la pared, detrás de mi mesa de trabajo.


Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?
De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.
Nuestra famosa inmemorial pobreza,
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.
A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.
Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
debe y puede salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.
Porque quiero creer que no hay demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia,
son hombres quienes han vendido al hombre,
los que le han convertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.
Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.
“Apología y petición”, en Las personas del verboJaime Gil de Biedma