miércoles, 26 de septiembre de 2012

Otra vez sangre en Atocha. Hace ocho años, a alguien le costó un gobierno.


               En el año 2004, el final del segundo periodo de gobierno de José María Aznar se veía sorprendido por un hecho luctuoso que conmovió la conciencia de los españoles, los espantosos atentados en los trenes de cercanías del 11M. La pésima gestión de la información en los momentos posteriores a estos atentados, y las mentiras descaradas de un gobierno que intentó  justificarse con ellas hasta lo injustificable fueron el catalizador de una indignación popular que se había ido acumulando tras decisiones nefastas arropadas de una política de comunicación mentirosa, como la promoción y participación en el genocidio iraquí, las mentiras en la información sobre la huelga general por la reforma laboral, los accidentes del Prestige y el  Yak-42, o los torpes y oscuros manejos en el intento de golpe de estado en Venezuela, que daban cuenta del autismo generalizado de un gobierno que, desde su mayoría absoluta, despreciaba cualquier reivindicación que no viniera de sus propias filas y no dudaba en acomodar la comunicación pública, que no información, a sus deseos y necesidades.. La mentira le costó al PP, contra todo pronóstico, unas elecciones que ya daba por ganadas.

                Ocho años después ha vuelto a correr la sangre por los andenes de Atocha, pero  esta vez no ha hecho falta que vinieran terroristas islámicos a derramarla. El terror lo ha provocado el propio brazo armado del estado en forma de policías de la UIP, en clara extralimitación de sus funciones, ayudados, como puede verse en algún vídeo, por algún descerebrado agente de seguridad espoleado por el subidón de adrenalina que sin duda le debió provocar la oportunidad de soltar algún guantazo. Andenes en los que terminaban refugiándose en su huida quienes momentos antes reclamaban una respuesta del gobierno a sus demandas pacíficas de más democracia, y que obtuvieron como toda respuesta la represión y la violencia.


                Pero lo grave no es la propia violencia. Es, una vez más, la mentira como arma usada desde el poder. Desde la irrisoria cifra ofrecida por la Delegada del Gobierno  de 6000 asistentes a la convocatoria del 25S, ridícula como puede comprobar cualquiera que vea las imágenes de los numerosos vídeos que circulan por la red, hasta el intento de criminalizar una protesta fundamentalmente pacífica, pero que se intenta hacer pasar como violenta mediante elementos provocadores infiltrados que, otra vez descubiertos por los vídeos, resultan ser policías de paisano que colaboran posteriormente  en las detenciones. Luego, tanto el propio gobierno como la jauría mediática de la derecha reaccionaria inundan de descalificaciones y diatribas contra los indignados las ondas y los papeles, y, en el más puro estilo orwelliano nos aclaran que la guerra es la paz, y los energúmenos de la porra y las pelotas de goma son monjitas ursulinas que nos llevan de excursión. Los malos, cómo no, son quienes no se resignan a ser mercancía en manos de políticos sin escrúpulos y de banqueros que han decidido  extraerles hasta el último de sus euros; malos y peligrosos por poner en solfa el sacrosanto estado llamado de derecho, lo  que hoy no deja de ser una metáfora oxidada y prostituida por gobernantes que lo utilizan como marco y coartada de sus propios intereses.

                El día después, aprendida la lección, volvieron las protestas. A cara descubierta y poniendo en evidencia  a  los provocadores encapuchados,  sin violencia como resultado hasta el final, cuando los pequeños grupos son pasto fácil de los antidisturbios de porra ligera. Primera coartada que se desmonta, como lo irán haciendo otras. Porque, señores del gobierno, aunque ustedes no quieran darse cuenta ni aprendan de sus propios errores en el pasado, la verdad siempre termina abriéndose paso, y ustedes están ya presos, aunque todavía no lo sepan, de sus propias mentiras. Y si esperamos lo suficiente, quizá terminen como merecen, juzgados y condenados por los sufrimientos que causan a un país cada vez más harto de ustedes, y cuya paciencia, recuerden, no es infinita.

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