En el año 2004, el final del segundo periodo de gobierno de
José María Aznar se veía sorprendido por un hecho luctuoso que conmovió la
conciencia de los españoles, los espantosos atentados en los trenes de
cercanías del 11M. La pésima gestión de la información en los momentos
posteriores a estos atentados, y las mentiras descaradas de un gobierno que
intentó justificarse con ellas hasta lo
injustificable fueron el catalizador de una indignación popular que se había
ido acumulando tras decisiones nefastas arropadas de una política de
comunicación mentirosa, como la promoción y participación en el genocidio
iraquí, las mentiras en la información sobre la huelga general por la reforma
laboral, los accidentes del Prestige y el Yak-42, o los torpes y oscuros manejos en el
intento de golpe de estado en Venezuela, que daban cuenta del autismo
generalizado de un gobierno que, desde su mayoría absoluta, despreciaba
cualquier reivindicación que no viniera de sus propias filas y no dudaba en
acomodar la comunicación pública, que no información, a sus deseos y
necesidades.. La mentira le costó al PP, contra todo pronóstico, unas elecciones que
ya daba por ganadas.
Ocho
años después ha vuelto a correr la sangre por los andenes de Atocha, pero esta vez no ha hecho falta que vinieran
terroristas islámicos a derramarla. El terror lo ha provocado el propio brazo
armado del estado en forma de policías de la UIP, en clara extralimitación de
sus funciones, ayudados, como puede verse en algún vídeo, por algún
descerebrado agente de seguridad espoleado por el subidón de adrenalina que sin
duda le debió provocar la oportunidad de soltar algún guantazo. Andenes en los
que terminaban refugiándose en su huida quienes momentos antes reclamaban una
respuesta del gobierno a sus demandas pacíficas de más democracia, y que
obtuvieron como toda respuesta la represión y la violencia.
Pero lo
grave no es la propia violencia. Es, una vez más, la mentira como arma usada
desde el poder. Desde la irrisoria cifra ofrecida por la Delegada del Gobierno de 6000 asistentes a la convocatoria del 25S, ridícula
como puede comprobar cualquiera que vea las imágenes de los numerosos vídeos
que circulan por la red, hasta el intento de criminalizar una protesta
fundamentalmente pacífica, pero que se intenta hacer pasar como violenta
mediante elementos provocadores infiltrados que, otra vez descubiertos por los
vídeos, resultan ser policías de paisano que colaboran posteriormente en las detenciones. Luego, tanto el propio
gobierno como la jauría mediática de la derecha reaccionaria inundan de descalificaciones
y diatribas contra los indignados las ondas y los papeles, y, en el más puro
estilo orwelliano nos aclaran que la guerra es la paz, y los energúmenos de la
porra y las pelotas de goma son monjitas ursulinas que nos llevan de excursión.
Los malos, cómo no, son quienes no se resignan a ser mercancía en manos de
políticos sin escrúpulos y de banqueros que han decidido extraerles hasta el último de sus euros; malos
y peligrosos por poner en solfa el sacrosanto estado llamado de derecho, lo que hoy no deja de ser una metáfora oxidada y
prostituida por gobernantes que lo utilizan como marco y coartada de sus
propios intereses.
El día
después, aprendida la lección, volvieron las protestas. A cara descubierta y
poniendo en evidencia a los provocadores encapuchados, sin violencia como resultado hasta el final, cuando los pequeños grupos son pasto fácil de los antidisturbios de porra ligera. Primera coartada
que se desmonta, como lo irán haciendo otras. Porque, señores del gobierno,
aunque ustedes no quieran darse cuenta ni aprendan de sus propios errores en el
pasado, la verdad siempre termina abriéndose paso, y ustedes están ya presos,
aunque todavía no lo sepan, de sus propias mentiras. Y si esperamos lo
suficiente, quizá terminen como merecen, juzgados y condenados por los
sufrimientos que causan a un país cada vez más harto de ustedes, y cuya
paciencia, recuerden, no es infinita.
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