miércoles, 26 de septiembre de 2012

Las respuestas del PP pueden dejarte parapléjico


    Ayer fui, como tantos miles de conciudadanos, testigo directo de la respuesta del PP a las demandas de otra manera de actuar por parte de este gobierno indigno. Puedo asegurar, para quien allí no estuviera, que la cifra de 6000 personas ofrecida por la Delegación del Gobierno es tan ridícula como su titular (cuyo marido se halla en deconocido paradero, a lo mejor también estaba en la calle), siendo incesante el flujo de personas que, desde las seis de la tarde, abarrotaban la Plaza de Neptuno y alrededores.

    Una multitud pacífica que solo esperaba una respuesta de quienes teóricamente les representan y que están condenando al pueblo a unas condiciones de vida cada vez más duras, rayando en ciertos casos los límites de la supervivencia, y que están acabando con los derechos sociales y los servicios públicos tan trabajosamente conquistados con el exclusivo fin de seguir alimentando la voracidad insaciable de los poderes económicos y financieros. Multitud que sólo exige una respuesta que tenga en cuenta a las personas, que se niega a ser marioneta de un poder que solo le tiene en cuenta para exprimirle hasta lo insoportable para dejarle después tirado a su suerte.

    No hablan claro. No explican –porque no pueden- por qué es más importante pagar religiosamente los intereses de una deuda odiosa e indigna que invertir en servicios a las personas, o en economía verdaderamente productiva y generadora de empleo. Se empecinan en contarnos que lo que hacen es lo mejor que pueden hacer ¿para quién?. No desde luego para quien pierde su vivienda, o su empleo, o las magras prestaciones por dependencia. Para quien tiene que dejar de estudiar porque no puede pagar unas tasas abusivas o para la familia que tiene que hacer la comida a su hijo y pagar encima por llevarla a la escuela. Para quien pierde el derecho a ser atendido por su médico o para el que ve congelado y recortado por enésima vez su magro salario. Para los de siempre. Para los de abajo.

    Lo de ayer, 25 de septiembre, fue una profecía autocumplida de la impresentable delegada del gobierno: criminalización previa de la convocatoria para desanimar la participación. Como esto no se consigue, y como todo discurre en términos pacíficos, se infiltran provocadores de la policía entre los manifestantes para justificar las cargas. Y a partir de aquí se desencadena una violencia inusitada, con ensañamiento hasta en la huída de la gente por los andenes de la estación de Atocha. La violencia de ayer tuvo un color, el azul oscuro de unas fuerzas que no lo fueron del orden sino de la sinrazón. Y ante  la protesta la respuesta del gobierno y de sus palmeros y corifeos es el silencio mediatico, o directamente la mentira.

    Pero hoy en día hay cauces por donde la verdad asoma, y tanto los medios internacionales como las redes sociales son testigos incómodos de la realidad que nuestro gobierno oculta y deforma. Aclaran quiénes son los violentos, quiénes han decidido responder a las demandas con la represión pura y dura, como en los tiempos en que la democracia en este país era solo una aspiración. Ayer nuestra devaluada democracia se dejó en las calles madrileñas unos cuantos jirones.

    Ya empieza el miedo a cambiar de bando. Han pasado del desprecio al ataque porque se saben debilitados por unos ciudadanos cada vez más desafectos que solo han repondido, de momento, con su palabra y con su presencia. Pero el mensaje está ahí, y esos ciudadanos han dicho claramente que no están dispuestos a aguantar con todo lo que les echen, incluso si lo que les echan son sus perros de presa. Cada golpe, cada herida solo alimenta más la indignación y la rabia contra un gobierno indigno.

    Pero antes de hacer una descalificación global de la clase política, hay que puntualizar varias cosas, para poner a cada cual en su sitio una vez que hemos hablado de bandos. Están claramente en uno, y frente al pueblo los sicarios que no dudan en apalizar con saña a su convecinos, los que les mandan creyéndose en el poder cundo no son a su vez más que lacayos bien remunerados del poder económico, el más antidemocrático que existe. Están también los dubitativos, que andan pensando todavía por qué perdieron el poder cuando dejaron de ser lo que nos decían que eran y se plegaron a defender los mismos intereses de las oligarquías. Y también hay algunos, pocos,  que ayer no dudaron en identificar en que bando están cuando salieron de sus escaños para mezclarse con la gente y aguantar la violencia institucional. Porque hay políticos de una y otra clase, más que una clase política, y ayer con sus actos y todos los días con sus declaraciones se retratan para que veamos de qué clase son.

    Es hora de decir basta. De aparcar diferencias, matices o elementos de discrepancia. De dejar para otro momento las banderas, las historias gloriosas y las señas de identidad, por muy queridas que sean. Hay que llenar las calles de indignación y de lucha. Hay que callarles para siempre, con la fuerza de miles de voces y hay que destruir este sistema perverso que explota a la mayoría para cimentar la riqueza de unos pocos para construir una verdadera democracia al servicio de los ciudadanos.

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