viernes, 28 de septiembre de 2012

La mayoría ciega, sorda y muda de Rajoy


           Ya nos ha desvelado el presidente del gobierno cómo debe ser el habitante ejemplar de la España “como dios manda”. Ha elogiado a esa “mayoría silenciosa” que se queda en casa, o en el trabajo, el que lo tiene, en vez de reclamar sus derechos en la calle. Nos ha dado la medida del pueblo que quiere, o más bien, del que necesitaría para cumplir fielmente y sin sobresaltos los encargos de sus jefes, desde la Merkel, sargento chusquero, hasta los generales de nombre desconocido que conforman el estado mayor de los mercados financieros.

            Por lo que vemos, quiere, o necesita, súbditos en vez de ciudadanos. Gente que, como recomendaba Franco, no se meta en política, que vaya a lo suyo y no piense más allá del consumo del poco pan y del pésimo circo con que la patria nutrirá su cuerpo y su espíritu. Gente lanar y acomodaticia, dócil rebaño al que se conduce a golpe de silbido, donde el despistado que se desvía de la majada es retornado diligentemente por los perros a base de mordiscos en las canillas sin apenas un balido.

            La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María (hoy, posiblemente de José Tomás o Cristiano Ronaldo y de Belén Esteban), esa España inferior que ora y embiste cuando se digna usar la cabeza que magistralmente retrataba Machado en  “El mañana efímero” es la referencia del decimonónico Rajoy y de su proyecto involucionista. Parece retratárnoslo el propio Machado cuando, sin salirnos del mismo poema, nos pronostica clarividente que aún tendrá luengo parto de varones amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras.



            Esa España necesita de ciudadanos que no lo sean, de ciudadanos ciegos, sordos y mudos. De ciudadanos modélicos producto de una educación que sea adoctrinamiento para la servidumbre, donde pensar no solo sea delito, sino pecado con pena de eterna condenación. Esa España, que como decía Manuel Fraga, es diferente,  pretende bajo este modelo ser el único lugar del mundo donde sobran maestros, médicos o investigadores y en cambio hacen falta policías, camareros y prostitutas.

            Desalojar del poder a este indolente disfrazado de solemne, que pretende conformar un país y unas gentes a la medida de su indolencia, es, más que una proclama, una necesidad higiénico-sanitaria. Porque lo que propone es lo que habita en su cabeza: la nada, las palabras huecas e imprecisas, un clasismo brutal y despreciativo y unos pocos tópicos para cantar  las verdades de Perogrullo. Eso sí, con menú de contenedor de la basura  para el pueblo y para él y sus allegados, con pata negra de a 190 € el kilo y montecristos con vitola en la sobremesa.

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