Estos días ha sido objeto de discusión y comentario en las
redes sociales y en los mentideros políticos un artículo firmado por César
Molinas en El País, titulado “una teoría de la clase política española”, en el que
el autor parte de las tesis expuestas por los economistas Daron Acemoglu y Jim Robinson en su libro Why nations fail (Por qué fallan las
naciones), para intentar establecer la tesis de que “la clase política” española
se ha constituido en una “elite extractiva” que genera burbujas en los
distintos ámbitos económicos para capturar las rentas de los actores de cada
uno de ellos. Configurado el escenario, propone como solución el cambio del
sistema electoral para pasar del sistema proporcional, con listas bloqueadas y
cerradas hacia otro de tipo mayoritario (como el vigente en Gran Bretaña), de
los denominados first-past-the-post
(el que gana se lo lleva todo), aduciendo que así los políticos tendrían que
estar más vinculados a los electores que los eligen, defendiendo sus intereses.
Este artículo pueden encontrarlo en el siguiente enlace: http://politica.elpais.com/politica/2012/09/08/actualidad/1347129185_745267.html
Una lectura apresurada del texto
puede resultar sugerente y cautivadora, puesto que alude a efectos ciertamente
sentidos en la economía española, como la burbuja inmobiliaria, la crisis de
las cajas de ahorros, las infraestructuras innecesarias o la politización de
los estamentos judiciales, y carga (matizadamente) contra las maniobras políticas
que hacen recaer el esfuerzo sobre los más débiles. Pero, a poco que se escarbe, sale a la luz un texto
tramposo, desde sus premisas de partida hasta, por supuesto, el corolario de la
interesada solución vía sistema electoral. Vayamos por partes.
La primera en la frente: el autor
Curioso personaje, este César
Molinas. Actualmente es socio-
fundador de la consultora Multa Paucis, pero en su currículum descubrimos su
vinculación con varios Hedge Funds como Providentia Capital o Merril Lynch.
Efectivamente, empresas dedicadas a la especulación con activos financieros de
alto riesgo, de esos que dieron origen a la crisis mundial de las hipotecas
subprime. También destaca su paso por el Ministerio de Economía como Director
General de Planificación y algún que otro cargo en la Comisión Nacional del Mercado de
Valores y en empresas públicas como RENFE o Correos. Tan dilatada trayectoria
le debería proporcionar una visión privilegiada sobre los movimientos de
capital que generan las burbujas y sobre
sus verdaderos impulsores, algunos hoy pagadores suyos. Lo que sí conoce bien, por experiencia propia,
es el proceso de pasar del sector público, en el que se toman decisiones y se
crean marcos regulatorios a mayor gloria y beneficio de determinados grupos de
interés económico, a los staff directivos o a los consejos de administración de
esos mismos grupos, que agradecen y remuneran así los servicios prestados desde
las entrañas del estado.
Construyendo ideología: la ”clase
política” como sujeto
Molinas nos señala al asesino al
principio de la novela. La malvada clase política, reconocible en todos los
tópicos al uso desde las charlas de bar a la discusión politológica académica.
Un sujeto unívoco de perfiles claros y uniformes. Esa “casta” de chupópteros desaprensivos que
deviene aquí en cardumen de calamares vampiro, en elite extractiva ávida de
captar recursos allá donde los haya, y
que no dudará para ello en generar burbujas inflacionistas o despilfarrar
recursos creando problemas antes inexistentes. Recoge así, pervirtiéndola, la idea expresada por Matt Taibbi en un
artículo de la revista Rolling Stone que
utilizaba la metáfora del calamar para caracterizar la voracidad de los bancos
de inversión americanos.
Ya es difícil tragarse el cuento,
más allá de clichés, de la existencia de una “clase política” como tal (hay
políticos y políticos, pero no me venga a decir que Sánchez Gordillo y Francisco
Camps son, por ejemplo, lo mismo). En política hay de todo, bueno y malo, competente
e inepto, honrado y falsario. Cierto es
que los numerosos casos de corrupción vinculados al poder político han llevado
a generalizaciones como que “todos los
políticos son iguales”, ergo, unos corruptos, y que la similitud de las medidas
adoptadas por los dos grandes partidos en el poder, toda vez que se hallan
constreñidos por idénticas servidumbres concedidas a los poderes económicos que
los sustentan económicamente, haga parecer que en el fondo solo hay variaciones
con el mismo tema de fondo.
Pero esta uniformidad es engañosa.
Hay una política diferente, aunque no sea mayoritaria, y políticos diferentes.
Dentro también, pero sobre todo fuera de los partidos mayoritarios. Otra manera
de ver y actuar, con otros objetivos y otros modelos de sociedad y de servicio
público. Que estén ahí, clamando las más de las veces en el desierto
contra un entramado mediático hostil, y ninguneados
o acallados desde el poder y pugnando por abrirse paso, solo prueba que lo que
hay no es una clase política, sino distintas clases de políticos.
El autor del artículo de marras se
queja de que no ha habido nadie que haya sabido hacer un diagnóstico adecuado
de la situación económica ni de establecer un plan adecuado para enderezar el
rumbo del país. Quizá tenga razón en lo que concierne a los partidos
mayoritarios que, como veremos, tienen que hacer verdaderas filigranas para
elaborar propuestas públicas que garanticen los votos suficientes para mantener
o adquirir el poder institucional, y que sean compatibles con los
requerimientos de la agenda oculta que les imponen otros ámbitos extrapolíticos
que les dan sustento. Por supuesto que existen otros diagnósticos mucho más
certeros y realistas, y otras soluciones posibles, pero no forman parte del
discurso de lo inevitable promovido desde la ortodoxia oficial y amplificado desde
los grandes conglomerados mediáticos, por lo que son desconocidos como
alternativa por el gran público y despreciados y arrinconados por los teóricos
arribistas que mantienen y reproducen el statu quo..
Así, matizando a Molinas, podríamos
conceder que hay una clase de políticos que desde su posición privilegiada en
los aparatos de los grandes partidos mayoritarios alternantes en el poder,
están tomando ciertas decisiones de orden práctico que se traducen en la
extracción de riqueza (general y mayoritariamente de las rentas del trabajo)
que no revierten en beneficios públicos sino que van a manos privadas. Hasta
ahí, de acuerdo. Pero ¿a que manos va esta riqueza?
Quién está bajo la máscara del calamar
Acabamos de localizar la primera
trampa del tramposo artículo. Resulta obvio que hay una élite extractiva, algo
que nos muestran los índices de desigualdad de renta entre los más ricos y los más
pobres que aumentan cada día. Pero
Molinas, que no puede aducir desconocimiento en este caso, porque trabaja para
ésta élite, olvida intencionadamente mencionarla. Se trata, cómo no, del
verdadero poder en la sombra, aquel
que no ha sido elegido democráticamente por nadie y que raramente toma nombre
concreto en los medios de comunicación de masas. Si acaso se alude a él bajo
difusas denominaciones como “los mercados”, dando la impresión de ser entes
difusos que operan con reglas propias y olvidando que tienen nombres y
apellidos que solo se conocen y circulan en los canales restringidos de los
circuitos financieros o en los medios especializados.
Es esta elite financiera la que
mayoritariamente acaba obteniendo los beneficios, asistida servilmente por unos
políticos en el poder que les proporcionan los marcos regulatorios apropiados y
las oportunidades de negocio mediante la intervención del sector público,
actuando como lacayos de lujo desde el subsistema político, que pervierte así
su teórica función de garante del interés general para servir realmente a estos
intereses oligárquicos. Por supuesto que estos impagables servicios tienen un
precio, que normalmente se traduce en ventajas crediticias y financiación de
las estructuras de los partidos, a veces en abrir canales ocultos de financiación
de tipo personal para algunos de los
menos escrupulosos o sus allegados (en complicados ejercicios para eludir las
restricciones legales que dotan de una apariencia de legalidad y justicia
institucional a la labor política), y, sobre todo, en la cooptación de los miembros más
destacados (como expresidentes y ministros,
pero también en los niveles inferiores) al final de sus mandatos para acabar
formando parte de los consejos de administración o como consejeros destacados –y muy bien remunerados- de sus empresas y
corporaciones. Un proceso que Molinas seguro que conoce –y calla- de
primerísima mano.
La evolución reciente del noviazgo entre
las finanzas y la política
Esta colusión de intereses entre las
elites financieras y poder político parece haber avanzado un paso más
últimamente, y el pacto secreto es cada vez más evidente: las economías en
crisis son presentadas como el fracaso de la política en vez de como la resultante
de un sistema económico y financiero depredatorio y obsesionado con la
acumulación. De ahí que la nueva agenda impuesta a los políticos en ejercicio
del poder público esté enfocada fundamentalmente al pago de una deuda que lo es
frente a las grandes corporaciones financieras y que se dirija a levantar las
barreras que protegían los capitales acumulados en grandes sistemas públicos de
protección social de los estados del bienestar (fondos de pensiones, sistemas
sanitarios y educativos,…) hasta ahora vedados a la rapiña extractiva.
Si surgen problemas por las
gravísimas consecuencias sociales que se adivinan al empobrecer a las
sociedades y despojarlas de los elementos de redistribución de rentas y de
bienestar social, se aduce que no hay otro camino posible, que la única
alternativa es el caos. Y la exigencia de la ortodoxia presupuestaria y
financiera llega hasta el increíble extremo de cuestionar la propia legitimidad
del entramado democrático, proponiendo la sustitución de los políticos, ineficaces
en tanto se resistan al cumplimiento de esta agenda, por técnicos a sueldo de
las corporaciones, teóricamente más eficaces para meter la economía en la
vereda marcada por los corrillos de los verdaderamente poderosos, que hacen y
deshacen con impunidad y creciente desparpajo.
Pero a Molinas le preocupa esa
pretendida clase política extractiva que se apoya, según sus palabras en “el
sector público empresarial, esa zona gris entre la Administración y el sector
privado, que, con sus muchos miles de empresas, organismos y fundaciones,
constituye una de las principales fuentes de rentas capturadas por la clase
política”. Propone como solución una mayor liberalización (privatización)
de este sector obviando que el desmantelamiento del sector público empresarial
ha sido una de las labores a las que los gobiernos recientes se han aplicado
con mayor empeño, malvendiendo las empresas más rentables que en su momento
fueron llamadas “joyas de la corona” y privando al estado de su capacidad de
generar beneficios aplicables a los
presupuestos públicos y para cumplir con
las necesidades de financiación sin el recurso al endeudamiento gravoso frente
al sistema bancario. Empresas que, otra vez de primera mano, conoce bien el
señor Molinas.
Y si tramposo es el argumento, no lo es
menos el desenlace
Eludiré un análisis exhaustivo de las
medias verdades y apreciaciones interesadas con que Molinas adoba el resto de
su artículo, que harían todavía más largo y farragoso lo que no es sino una
entrada más de este modesto blog, para centrarme en su propuesta final, en la
que concluye que la solución para acabar con esta casta política depredadora no
es ni más ni menos que modificar el sistema electoral proporcional para
sustituirlo por uno de tipo mayoritario. Así, dice, un sistema tal lograría “conseguir una clase política más funcional” porque
los sistemas mayoritarios “producen
cargos electos que responden ante sus electores, en vez de hacerlo de manera
exclusiva ante sus dirigentes partidarios” y, por tanto “las cúpulas de los partidos tienen menos
poder que las que surgen de un sistema proporcional”.
Recordemos que el sistema electoral
español, elaborado en los albores de la transición, pese a ser de tipo
proporcional incorpora mecanismos (regla de Hondt) para beneficiar a las
opciones mayoritarias en el proceso de traducción votos-escaños. Esto es se hizo
por el temor inicial a que una representación proporcional estricta generara un
parlamento excesivamente fragmentado que impidiera un gobierno estable, pero pese
a la consolidación del sistema de partidos en España, este sistema no ha sido
siquiera corregido porque ha demostrado ser extraordinariamente beneficioso
para los dos partidos mayoritarios al haber convertido la democracia española
en un bipartidismo de facto con alternancia de poder entre el PSOE y el PP.
Los sistemas mayoritarios first-past-the-post, agudizan este
efecto de consolidación de las opciones mayoritarias, porque otorgan la
totalidad de los votos en liza al candidato más votado, excluyendo
automáticamente al resto de opciones. Para notar los efectos espurios de este
sistema, baste recordar las sucias maniobras con que, en el distrito electoral
de Florida le robaron la cartera a Al Gore, propiciando la victoria de George
W. Bush en las presidenciales de los EE.UU. Los ejemplos en todo el globo de
los sistemas mayoritarios solo recogen como efectos claros la laminación de las
opciones minoritarias, porque en cuanto a las opciones del electorado, por más
de que se personalice el voto, siguen siendo igual de limitadas, por cuanto los
candidatos con algún tipo de opción siguen siendo los propuestos por los partidos y llegan al
electorado en función de estrategias mediáticas respaldadas y pagadas por los
propios partidos (y por los lobbys a ellos asociados).
Si el problema es, pues, la inanidad de
los políticos en activo que han proporcionado los partidos mayoritarios y el
sistema bipartidista alternante no parece capaz de proveer políticos de calado
con nuevas ideas y proyectos de futuro, cabría pensar (como discurre la calle
cuando, indignada, explicita que estos políticos no les representan), que va
siendo hora de dar una oportunidad a otras opciones hoy minoritarias o
incipientes, pero que cambien de una vez este estado de cosas suprimiendo
inercias y rompiendo discursos ideológicos sobre la inevitabilidad de ciertos comportamientos
que se han instalado como naturales en el ejercicio del poder desde las
instituciones.
Molinas lo que plantea realmente, y
aunque no quiera decirlo con todas sus consecuencias, es un sistema que impida
el surgimiento de alternativas al sistema desde las bases de la sociedad. Los
partidos mayoritarios no pierden con el sistema mayoritario, sino que refuerzan
su poder a costa de la desaparición forzada de los minoritarios. Así se
mantienen y fortalecen los dos grande “partidos de estado” para perpetuar su
comisión de servicios en tanto que sigan siendo útiles a la agenda de los
poderes económicos. Pero hay algo todavía más inquietante: llegado el caso, y
ante la posibilidad de que alguno de estos partidos mayoritarios decida dar un
golpe de timón que cuestione el programa de la verdadera elite en la sombra, se
corta el grifo y se pasa a la acción directa. Siempre cabe proponer candidatos “independientes”,
que, fabricados con mimo y catapultados por impecables y costosas campañas de marketing, logren hacerse un hueco
para tomar las riendas de lo político y para asegurar a los auténticos calamares
vampiros que todo cambia para que, en las profundidades abisales en que
residen, y que nos son vedadas al resto de los mortales, todo sigua igual.
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