martes, 11 de septiembre de 2012

En el mercado, los verdaderos calamares no están en el mostrador


          Estos días ha sido objeto de discusión y comentario en las redes sociales y en los mentideros políticos un artículo firmado por César Molinas en El País, titulado “una teoría de la clase política española”, en el que el autor parte de las tesis expuestas por los economistas Daron Acemoglu y Jim Robinson en su libro Why nations fail (Por qué fallan las naciones), para intentar establecer la tesis de que “la clase política” española se ha constituido en una “elite extractiva” que genera burbujas en los distintos ámbitos económicos para capturar las rentas de los actores de cada uno de ellos. Configurado el escenario, propone como solución el cambio del sistema electoral para pasar del sistema proporcional, con listas bloqueadas y cerradas hacia otro de tipo mayoritario (como el vigente en Gran Bretaña), de los denominados first-past-the-post (el que gana se lo lleva todo), aduciendo que así los políticos tendrían que estar más vinculados a los electores que los eligen, defendiendo sus intereses. Este artículo pueden encontrarlo en el siguiente enlace: http://politica.elpais.com/politica/2012/09/08/actualidad/1347129185_745267.html

            Una lectura apresurada del texto puede resultar sugerente y cautivadora, puesto que alude a efectos ciertamente sentidos en la economía española, como la burbuja inmobiliaria, la crisis de las cajas de ahorros, las infraestructuras innecesarias o la politización de los estamentos judiciales, y carga (matizadamente) contra las maniobras políticas que hacen recaer el esfuerzo sobre los más débiles. Pero,  a poco que se escarbe, sale a la luz un texto tramposo, desde sus premisas de partida hasta, por supuesto, el corolario de la interesada solución vía sistema electoral. Vayamos por partes.

La primera en la frente: el autor

            Curioso personaje, este César Molinas. Actualmente es socio- fundador de la consultora Multa Paucis, pero en su currículum descubrimos su vinculación con varios Hedge Funds como Providentia Capital o Merril Lynch. Efectivamente, empresas dedicadas a la especulación con activos financieros de alto riesgo, de esos que dieron origen a la crisis mundial de las hipotecas subprime. También destaca su paso por el Ministerio de Economía como Director General de Planificación y algún que otro cargo en la Comisión  Nacional del Mercado de Valores y en empresas públicas como RENFE o Correos. Tan dilatada trayectoria le debería proporcionar una visión privilegiada sobre los movimientos de capital que generan las burbujas  y sobre sus verdaderos impulsores, algunos hoy pagadores suyos.  Lo que sí conoce bien, por experiencia propia, es el proceso de pasar del sector público, en el que se toman decisiones y se crean marcos regulatorios a mayor gloria y beneficio de determinados grupos de interés económico, a los staff directivos o a los consejos de administración de esos mismos grupos, que agradecen y remuneran así los servicios prestados desde las entrañas del estado.

Construyendo ideología: la ”clase política” como sujeto

            Molinas nos señala al asesino al principio de la novela. La malvada clase política, reconocible en todos los tópicos al uso desde las charlas de bar a la discusión politológica académica. Un sujeto unívoco de perfiles claros y uniformes.  Esa “casta” de chupópteros desaprensivos que deviene aquí en cardumen de calamares vampiro, en elite extractiva ávida de captar  recursos allá donde los haya, y que no dudará para ello en generar burbujas inflacionistas o despilfarrar recursos creando problemas antes inexistentes. Recoge así, pervirtiéndola,  la idea expresada por Matt Taibbi en un artículo de  la revista Rolling Stone que utilizaba la metáfora del calamar para caracterizar la voracidad de los bancos de inversión americanos.

            Ya es difícil tragarse el cuento, más allá de clichés, de la existencia de una “clase política” como tal (hay políticos y políticos, pero no me venga a decir que Sánchez Gordillo y Francisco Camps son, por ejemplo, lo mismo). En política hay de todo, bueno y malo, competente e inepto,  honrado y falsario. Cierto es que los numerosos casos de corrupción vinculados al poder político han llevado a generalizaciones como  que “todos los políticos son iguales”, ergo, unos corruptos, y que la similitud de las medidas adoptadas por los dos grandes partidos en el poder, toda vez que se hallan constreñidos por idénticas servidumbres concedidas a los poderes económicos que los sustentan económicamente, haga parecer que en el fondo solo hay variaciones con el mismo tema de fondo.

            Pero esta uniformidad es engañosa. Hay una política diferente, aunque no sea mayoritaria, y políticos diferentes. Dentro también, pero sobre todo fuera de los partidos mayoritarios. Otra manera de ver y actuar, con otros objetivos y otros modelos de sociedad y de servicio público. Que estén ahí, clamando las más de las veces en el desierto contra  un entramado mediático hostil, y ninguneados o acallados desde el poder y pugnando por abrirse paso, solo prueba que lo que hay no es una clase política, sino distintas clases de políticos.

            El autor del artículo de marras se queja de que no ha habido nadie que haya sabido hacer un diagnóstico adecuado de la situación económica ni de establecer un plan adecuado para enderezar el rumbo del país. Quizá tenga razón en lo que concierne a los partidos mayoritarios que, como veremos, tienen que hacer verdaderas filigranas para elaborar propuestas públicas que garanticen los votos suficientes para mantener o adquirir el poder institucional, y que sean compatibles con los requerimientos de la agenda oculta que les imponen otros ámbitos extrapolíticos que les dan sustento. Por supuesto que existen otros diagnósticos mucho más certeros y realistas, y otras soluciones posibles, pero no forman parte del discurso de lo inevitable promovido desde la ortodoxia oficial y amplificado desde los grandes conglomerados mediáticos, por lo que son desconocidos como alternativa por el gran público y despreciados y arrinconados por los teóricos arribistas que mantienen y reproducen el statu quo..

            Así, matizando a Molinas, podríamos conceder que hay una clase de políticos que desde su posición privilegiada en los aparatos de los grandes partidos mayoritarios alternantes en el poder, están tomando ciertas decisiones de orden práctico que se traducen en la extracción de riqueza (general y mayoritariamente de las rentas del trabajo) que no revierten en beneficios públicos sino que van a manos privadas. Hasta ahí, de acuerdo. Pero ¿a que manos va esta riqueza?

Quién está bajo la máscara del calamar

            Acabamos de localizar la primera trampa del tramposo artículo. Resulta obvio que hay una élite extractiva, algo que nos muestran los índices de desigualdad de renta entre los más ricos y los más pobres que  aumentan cada día. Pero Molinas, que no puede aducir desconocimiento en este caso, porque trabaja para ésta élite, olvida intencionadamente mencionarla. Se trata, cómo no, del verdadero poder en la sombra, aquel que no ha sido elegido democráticamente por nadie y que raramente toma nombre concreto en los medios de comunicación de masas. Si acaso se alude a él bajo difusas denominaciones como “los mercados”, dando la impresión de ser entes difusos que operan con reglas propias y olvidando que tienen nombres y apellidos que solo se conocen y circulan en los canales restringidos de los circuitos financieros o en los medios especializados.

            Es esta elite financiera la que mayoritariamente acaba obteniendo los beneficios, asistida servilmente por unos políticos en el poder que les proporcionan los marcos regulatorios apropiados y las oportunidades de negocio mediante la intervención del sector público, actuando como lacayos de lujo desde el subsistema político, que pervierte así su teórica función de garante del interés general para servir realmente a estos intereses oligárquicos. Por supuesto que estos impagables servicios tienen un precio, que normalmente se traduce en ventajas crediticias y financiación de las estructuras de los partidos, a veces en abrir canales ocultos de financiación de tipo  personal para algunos de los menos escrupulosos o sus allegados (en complicados ejercicios para eludir las restricciones legales que dotan de una apariencia de legalidad y justicia institucional a la labor política), y, sobre todo,  en la cooptación de los miembros más destacados (como  expresidentes y ministros, pero también en los niveles inferiores) al final de sus mandatos para acabar formando parte de los consejos de administración o como consejeros destacados  –y muy bien remunerados- de sus empresas y corporaciones. Un proceso que Molinas seguro que conoce –y calla- de primerísima mano.

La evolución reciente del noviazgo entre las finanzas y la política

            Esta colusión de intereses entre las elites financieras y poder político parece haber avanzado un paso más últimamente, y el pacto secreto es cada vez más evidente: las economías en crisis son presentadas como el fracaso de la política en vez de como la resultante de un sistema económico y financiero depredatorio y obsesionado con la acumulación. De ahí que la nueva agenda impuesta a los políticos en ejercicio del poder público esté enfocada fundamentalmente al pago de una deuda que lo es frente a las grandes corporaciones financieras y que se dirija a levantar las barreras que protegían los capitales acumulados en grandes sistemas públicos de protección social de los estados del bienestar (fondos de pensiones, sistemas sanitarios y educativos,…) hasta ahora vedados a la rapiña extractiva.

            Si surgen problemas por las gravísimas consecuencias sociales que se adivinan al empobrecer a las sociedades y despojarlas de los elementos de redistribución de rentas y de bienestar social, se aduce que no hay otro camino posible, que la única alternativa es el caos. Y la exigencia de la ortodoxia presupuestaria y financiera llega hasta el increíble extremo de cuestionar la propia legitimidad del entramado democrático, proponiendo la sustitución de los políticos, ineficaces en tanto se resistan al cumplimiento de esta agenda, por técnicos a sueldo de las corporaciones, teóricamente más eficaces para meter la economía en la vereda marcada por los corrillos de los verdaderamente poderosos, que hacen y deshacen con impunidad y creciente desparpajo.

            Pero a Molinas le preocupa esa pretendida clase política extractiva que se apoya, según sus palabras  en “el sector público empresarial, esa zona gris entre la Administración y el sector privado, que, con sus muchos miles de empresas, organismos y fundaciones, constituye una de las principales fuentes de rentas capturadas por la clase política”. Propone como solución una mayor liberalización (privatización) de este sector obviando que el desmantelamiento del sector público empresarial ha sido una de las labores a las que los gobiernos recientes se han aplicado con mayor empeño, malvendiendo las empresas más rentables que en su momento fueron llamadas “joyas de la corona” y privando al estado de su capacidad de generar beneficios  aplicables a los presupuestos públicos y  para cumplir con las necesidades de financiación sin el recurso al endeudamiento gravoso frente al sistema bancario. Empresas que, otra vez de primera mano, conoce bien el señor Molinas.

Y si tramposo es el argumento, no lo es menos el desenlace

            Eludiré un análisis exhaustivo de las medias verdades y apreciaciones interesadas con que Molinas adoba el resto de su artículo, que harían todavía más largo y farragoso lo que no es sino una entrada más de este modesto blog, para centrarme en su propuesta final, en la que concluye que la solución para acabar con esta casta política depredadora no es ni más ni menos que modificar el sistema electoral proporcional para sustituirlo por uno de tipo mayoritario. Así, dice, un sistema tal lograría “conseguir una clase política más funcional” porque los sistemas mayoritarios “producen cargos electos que responden ante sus electores, en vez de hacerlo de manera exclusiva ante sus dirigentes partidarios” y, por tanto “las cúpulas de los partidos tienen menos poder que las que surgen de un sistema proporcional”.

            Recordemos que el sistema electoral español, elaborado en los albores de la transición, pese a ser de tipo proporcional incorpora mecanismos (regla de Hondt) para beneficiar a las opciones mayoritarias en el proceso de traducción votos-escaños. Esto es se hizo por el temor inicial a que una representación proporcional estricta generara un parlamento excesivamente fragmentado que impidiera un gobierno estable, pero pese a la consolidación del sistema de partidos en España, este sistema no ha sido siquiera corregido porque ha demostrado ser extraordinariamente beneficioso para los dos partidos mayoritarios al haber convertido la democracia española en un bipartidismo de facto con alternancia de poder entre el PSOE y el PP.

            Los sistemas mayoritarios first-past-the-post, agudizan este efecto de consolidación de las opciones mayoritarias, porque otorgan la totalidad de los votos en liza al candidato más votado, excluyendo automáticamente al resto de opciones. Para notar los efectos espurios de este sistema, baste recordar las sucias maniobras con que, en el distrito electoral de Florida le robaron la cartera a Al Gore, propiciando la victoria de George W. Bush en las presidenciales de los EE.UU. Los ejemplos en todo el globo de los sistemas mayoritarios solo recogen como efectos claros la laminación de las opciones minoritarias, porque en cuanto a las opciones del electorado, por más de que se personalice el voto, siguen siendo igual de limitadas, por cuanto los candidatos con algún tipo de opción siguen siendo los  propuestos por los partidos y llegan al electorado en función de estrategias mediáticas respaldadas y pagadas por los propios partidos (y por los lobbys a ellos asociados).

            Si el problema es, pues, la inanidad de los políticos en activo que han proporcionado los partidos mayoritarios y el sistema bipartidista alternante no parece capaz de proveer políticos de calado con nuevas ideas y proyectos de futuro, cabría pensar (como discurre la calle cuando, indignada, explicita que estos políticos no les representan), que va siendo hora de dar una oportunidad a otras opciones hoy minoritarias o incipientes, pero que cambien de una vez este estado de cosas suprimiendo inercias y rompiendo discursos ideológicos sobre la inevitabilidad de ciertos comportamientos que se han instalado como naturales en el ejercicio del poder desde las instituciones.

            Molinas lo que plantea realmente, y aunque no quiera decirlo con todas sus consecuencias, es un sistema que impida el surgimiento de alternativas al sistema desde las bases de la sociedad. Los partidos mayoritarios no pierden con el sistema mayoritario, sino que refuerzan su poder a costa de la desaparición forzada de los minoritarios. Así se mantienen y fortalecen los dos grande “partidos de estado” para perpetuar su comisión de servicios en tanto que sigan siendo útiles a la agenda de los poderes económicos. Pero hay algo todavía más inquietante: llegado el caso, y ante la posibilidad de que alguno de estos partidos mayoritarios decida dar un golpe de timón que cuestione el programa de la verdadera elite en la sombra, se corta el grifo y se pasa a la acción directa. Siempre cabe proponer candidatos “independientes”, que, fabricados con mimo y catapultados por impecables y costosas  campañas de marketing, logren hacerse un hueco para tomar las riendas de lo político y para asegurar a los auténticos calamares vampiros que todo cambia para que, en las profundidades abisales en que residen, y que nos son vedadas al resto de los mortales, todo sigua igual.

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