jueves, 7 de marzo de 2013

Obituario de un matador de demonios


            Cuando en este país los demonios andan sueltos y campando a sus anchas, al otro lado del charco despiden en loor de multitudes a Hugo Chávez Frías, carismático y controvertido líder de la revolución bolivariana en Venezuela, que tuvo el valor de enfrentarse a muchos de los demonios que, de la mano del imperialismo, se habían asentado en el cono sur americano. Esos demonios que denunció en su momento Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, y que provocaron que países inmensamente ricos en recursos fueran el hogar de pueblos pobres y desasistidos, víctimas de una situación de dependencia sostenida por unas élites políticas vendidas a los intereses de las potencias occidentales, y sobre todo del amo yanki, que siempre  consideró al sur como su patio trasero, su despensa y su coto privado, del que podía servirse a su entera conveniencia.

            Desde su independencia, ya fuese mediante los más turbios dictadores, o con remedos de presidencias “democráticas”, pero podridas hasta la náusea, la mayor parte de la riqueza de las naciones americanas había sido expoliada sistemáticamente para sostener el desarrollo del primer mundo, eternizando su condición de países “en vías de desarrollo”; un desarrollo que nunca terminaba de despegar, acuciado por relaciones comerciales desequilibradas e injustas, por sistemas políticos y sociales en los que la corrupción era seña de identidad y penetraba todos los estamentos, y más recientemente por las presiones de una deuda ilegítima vinculada a las condiciones leoninas impuestas por los organismos financieros transnacionales.

            Hasta hace bien poco, la soberanía nacional en Latinoamérica, si entendemos como tal la capacidad de las naciones para decidir sobre qué camino desean tomar sin imposiciones ajenas, era poco más que un deseo utópico. Con sola excepción de Cuba, el largo brazo de la política exterior estadounidense había logrado poner y quitar gobiernos, ya fuera mediante el dinero o por oscuras operaciones encubiertas, civiles y militares,  de sus servicios secretos para garantizar sus intereses (recuérdese a F.D. Roosevelt refiriéndose a Somoza diciendo que “puede que sea un hijoputa, pero es nuestro hijoputa”). Pero últimamente, la victoria de las opciones de la izquierda parece estar consiguiendo que cambie el panorama. Con diferentes grados y estilos, líderes como Lula, Evo Morales, Correa, Múgica, y, singularmente, Hugo Chávez, se dispusieron a tomar al fin las riendas del desarrollo de sus países, esto es, recuperar la soberanía nacional, para promover al fin el desarrollo de los pueblos y no solo de sus clases privilegiadas.


            En el caso venezolano, la firmeza con la que Chávez puso en marcha su proyecto bolivariano, enfrentándose a los intereses de las multinacionales occidentales, le granjeó inmediatamente  la animadversión del poder político y económico internacional, que lanzó una desproporcionada ofensiva mediática para presentarle como un dictador golpista y populista y por tanto un serio peligro para la estabilidad de la zona. Es cierto que a ello ayudaba la personalidad tumultuosa e histriónica del propio personaje, pero no lo es menos que pese a este carácter (o a lo mejor por ello) supo conectar con las clases populares venezolanas, que por primera vez encontraron un lider que hablaba como ellos mismos, y que, tras hacerse con el control público del valioso recurso petrolero, invirtió en los desheredados, que empezaron a disfrutar de recursos inéditos como la educación, la vivienda o la sanidad. Por más que se quiera denostar al personaje, y pese a que subsisten serios problemas como la seguridad ciudadana, las cifras que refrendan los resultados de su gestión son contundentes: la reducción de la pobreza del 43,9% en 1998 al 24,5% en 2011, y especialmente de la pobreza extrema, la generalización de la alfabetización y la puesta en marcha de programas sanitarios, o la fuerte reducción de las desigualdades (el índice de Gini pasó del 0,486 al 0,390 en el mismo periodo) tienen suficiente entidad como para sobreponerse a la crítica de las formas o los mensajes.

            Pero, con todo, los resultados del liderazgo de Hugo Chávez no se limitan al ámbito venezolano. Su fuerte personalidad le ha permitido liderar iniciativas regionales como el ALBA, y exportar elementos de la propuesta bolivariana que han sido asumidos con interés por los gobiernos de progreso de los países del entorno, lo que ha convertido a Latinoamérica en el área más dinámica del globo en lo que se refiere a desarrollo social y económico. Justo cuando en un arranque de dignidad nacional, sus gobiernos han abjurado de las recetas del FMI y el BM (las mismas que mantienen a Europa en una crisis sistémica que mantiene congeladas sus economías nacionales), para controlar desde el poder público los sectores estratégicos de la economía, poner freno expeditivamente a las prácticas depredatorias de las multinacionales y promover políticas verdaderamente redistributivas, que alcancen a los eternos olvidados.

            Personalmente suelo recelar de los hiperliderazgos, porque creo en las bondades de la horizontalidad y en el conocimiento y el poder compartidos. Pero, hoy por hoy, tanto la carencia como la sobreabundancia de información, no suelen permitir la reflexión necesaria (y menos al nivel de poblaciones enteras) para tomar las mejores decisiones, y todavía la opinión pública es voluble e imprecisa, necesitada de intérpretes de la realidad que señalen el camino a seguir. Para Venezuela, y para el mundo, el excesivo comandante ha resultado ser un visionario capaz de infundir esperanza a los parias de su tierra. Y, como alguno ya ha advertido, se equivocan los que piensan que su prematura muerte deja tocado su proyecto y que, a través de la oposición,  terminará retornando el orden imperial de las multinacionales. Ciertos líderes, como el Cid o como Gandhi, ganan sus más grandes batallas después de muertos, cuando se convierten en mitos, en referencias icónicas de lo que significa luchar por unas ideas en vez de por acumular dinero. Hugo Chávez seguirá siendo recordado cuando de los libros de historia se hayan borrado, por irrelevantes, Rajoyes y Mérkeles, o Aznares y Berlusconis.

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